Hay una parte del cerebro que no madura hasta los 36 años

Hay una parte del cerebro que no madura hasta los 36 años

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La corteza que se encarga de la percepción visual evoluciona durante mucho más tiempo del que se pensaba.

Esto es importante para el tratamiento de dolencias relacionadas con la vista.

Los científicos cada vez están más seguros de que el cerebro es un órgano plástico en constante evolución.

De hecho, poco a poco van constatando que esta flexibilidad no está reservada para los niños ni los jóvenes: el cerebro adulto también es capaz de adaptarse grandes cambios, como puede ser aprender a leer o descubrir un nuevo idioma.

En este sentido, un estudio publicado en «The Journal of Neuroscience» ha descubierto que la corteza visual primaria no finaliza su madurez cuando tenemos cinco o seis años, como se pensaba, sino que está evolucionando hasta los 36 años de vida, aproximadamente.

Esta corteza primaria es la primera región cerebral que procesa la información visual, y que luego la deriva a una veintena de zonas más epecializadas.

«Hay un gran hueco en nuestro entendimiento de cómo funciona el cerebro», ha dicho Kathryn Murphy, profesora en la Universidad McMaster (en Hamilton, Canadá) y primera autora del estudio.

«Nuestra idea de que las áreas sensoriales se desarrollan durante la infancia y que luego se quedan estáticas durante la edad adulta no es correcta».

La corteza visual primaria (o V1) es una región cerebral tan amplia como una mano.

Recibe y procesa la información visual que llega desde las retinas, en los ojos, y que previamente ha atravesado el tronco y el tálamo.

Con un total de alrededor de 280 millones de neuronas, la V1 procesa información relacionada con objetos estáticos y en movimiento y con el reconocimiento de patrones.

Además, envía información a otras partes de la corteza visual especializadas en funciones concretas, como reconocer caras, palabras o gestos.

Los experimentos hechos con animales mostraban que la madurez del córtex visual primario se alcanzaba entre los cinco o seis años.

Pero la investigación de Murphy, en la que se analizaron muestras de cerebro de 30 personas fallecidas entre las horas de vida y los ochenta años, no apoyó estas ideas.

En concreto, los investigadores descubrieron que un grupo de proteínas (llamadas glutamatérgicas) está activo durante una buena parte de la vida, y que no se «apagan» en la infancia.
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Una de sus funciones es regular el fenómeno de la plasticidad sináptica, puesto que son capaces de reforzar o debilitar las sinapsis (conexiones) entre neuronas.

Gracias a esto, los millones de células de esa zona del cerebro pueden cambiar el modo como están «cableadas».

Al menos hasta los 36 años de vida, con un margen, por arriba y por abajo, de cuatro años y medio.

«Incluso una zona sensorial primaria, que es la primera parte de la corteza que procesa la información visual, está cambiando y desarrollándose durante toda la vida», ha explicado Murphy.

«Sufre una serie de cambios orquestados, que probablemente responden a cambios que ocurren en la percepción visual».

Todo esto quiere decir que, incluso una zona cerebral con una función básica, y no muy especializada, es flexible y está en desarrollo durante décadas, lo que se traduce, a su vez, en que la visión humana no deja de evolucionar hasta bien entrada la tercera década de vida.

Tal como averiguaron los investigadores, los niveles de activación de las proteínas glutametérgigas van cambiando con el paso de los años.

Esto tiene importancia a la hora de buscar tratamientos para dolencias relacionadas con la visión, según Murphy.

Por ejemplo, los autores han recordado que los tratamientos para la vista cansada siempre se han diseñado teniendo en cuenta que solo los niños pueden beneficiarse de terapias correctivas, porque se considera que el cerebro de los adultos ya no puede responder.

Pero sus avances podrían llevar a que esto se reconsiderase.

Otras dolencias podrían beneficiarse de esta investigación: «Desórdenes visuales relacionados con el envejecimiento o la diabetes, el glaucoma o la degeneración macular quizás podrían tener un mejor tratamiento teniendo en cuenta nuestra aproximación», ha dicho la investigadora.

¿Cómo? «El reto es poder traducir este conocimiento en tratamientos efectivos para cada persona y dirigidos a un blanco concreto», ha aventurado Murphy.

El siguiente paso que tomará su equipo será analizar el desarrollo de regiones relacionadas con en el reconocimiento de caras o emociones, para tratar de comprender su desarrollo y su forma de especializarse con el paso de los años.

Fuente: ABC

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