Investigadores de la Universidad McGill de Montreal (Canadá) han confirmado el beneficio potencial de la formación musical en el procesamiento del habla.
Hasta ahora, los mecanismos cerebrales que respaldan estas posibles ventajas no estaban claros.
Yi Du y Robert Zatorre, del Instituto Neurológico de Montreal, utilizaron la resonancia magnética funcional para examinar las diferencias en la percepción del habla entre los profesionales de la música y el resto de personas.
Durante la exploración de la muestra, formada por 15 músicos y 15 no músicos entre 21 y 22 años, se identificaron varios sonidos de sílabas con una relación señal/ruido (SNR, la proporción entre la potencia de la señal que se transmite y la potencia del ruido que la corrompe) que oscilaba entre -12 y 8 decibelios.
Mientras que los dos grupos reaccionaron igual en una condición de ‘ausencia de ruido’, los músicos superaron a los no músicos al identificar correctamente las sílabas en todas las demás SNR, especialmente en las situaciones más ruidosas.
Según los científicos, dicha habilidad se asoció con una activación mejorada de las regiones auditivas inferior izquierda y frontal derecha del cerebro de los profesionales.
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Un análisis adicional reveló que los patrones neuronales relacionados con los sonidos de los fonemas, la articulación mínima de un sonido vocálico y consonántico, son más distintos en las regiones auditivas y del habla en los músicos, en comparación con los no músicos.
El entrenamiento musical también mejoró la conectividad funcional intrahemisférica e interhemisférica entre las áreas motoras, auditivas y del habla.
“Nuestros hallazgos sugieren que la mejora en la percepción del ruido en los músicos se basa en representaciones fonológicas más finas y una conectividad funcional más fuerte entre las cortezas motoras del habla, auditiva y frontal en ambos hemisferios”, concluyen Du y Zatorre.
Para ambos autores, estos hallazgos podrían tener implicaciones para el tratamiento de los trastornos auditivos, especialmente en los que se desarrollan con el paso del tiempo en las poblaciones más envejecidas.
Fuente: Noticias de la Ciencia