Investigadores han desarrollado con éxito electrodos orgánicos temporales que pueden integrarse perfectamente en sistemas biológicos.
El método abre un futuro en el que la bioelectrónica se podrá implantar y extraer del cuerpo sin cirugía.
La electroterapia es un método de tratamiento médico que utiliza corrientes eléctricas para estimular los tejidos y el sistema nervioso del cuerpo.
Normalmente, este tratamiento se utiliza para enfermedades crónicas como la enfermedad de Parkinson o trastornos del ritmo cardíaco.
Sin embargo, existen varias enfermedades no crónicas, como el cáncer y las lesiones nerviosas, que podrían beneficiarse de la electroterapia.
El desafío radica en la necesidad de realizar una cirugía para colocar los electrodos metálicos necesarios para el tratamiento.
En tejidos sensibles, como el cerebro, esto suele implicar un procedimiento muy complejo.
”En lugar de ello, hemos desarrollado una técnica en la que se inyecta una solución de nanopartículas en el tejido mediante una aguja del tamaño de un cabello humano.
Estas partículas, compuestas de pequeñas cadenas moleculares (polímeros), luego se autoorganizan en una estructura conductora y se integran con las células del cuerpo”, explica Roger Olsson, profesor de biología química y desarrollo de fármacos en la Universidad de Lund, que también dirige un laboratorio de química en Universidad de Gotemburgo.
Este enfoque se diferencia de los métodos convencionales por ser mínimamente invasivo.
Además, las partículas se descomponen y se excretan del cuerpo después del tratamiento, eliminando la necesidad de extirpación quirúrgica.
Los electrodos que se forman cubren áreas más grandes que los electrodos metálicos que se utilizan hoy en día, lo que puede hacer que el tratamiento sea más eficaz.
”Nuestro trabajo integra naturalmente la electrónica con los sistemas biológicos, lo que abre posibilidades para terapias para enfermedades no crónicas y difíciles de tratar.
En el estudio utilizamos el pez cebra, un modelo excelente para estudiar electrodos orgánicos en estructuras cerebrales”, concluye Martin Hjort, investigador de la Universidad de Lund y primer autor del estudio.
Fuente: Nature