Crean la máquina molecular más pequeña del mundo

Crean la máquina molecular más pequeña del mundo

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¿Puede imaginarse una máquina tan pequeña que no se puede ver ni siquiera con los microscopios ópticos más avanzados?

Este no es un concepto futurista, sino un hecho logrado por investigadores de la Universidad de Chiba, en Japón.

En un avance impresionante, han construido la máquina molecular más pequeña del mundo, utilizando apenas unas moléculas de ferroceno.

Este pequeño gigante de la nanotecnología puede realizar movimientos controlados eléctricamente y tiene el potencial de revolucionar múltiples campos, desde la medicina hasta la fabricación de materiales inteligentes.

El estudio detalla cómo lograron superar uno de los principales obstáculos en la nanotecnología molecular: la estabilización de moléculas de ferroceno en superficies metálicas.

Este logro no solo pone a la nanotecnología un paso más cerca de aplicaciones prácticas, sino que también abre nuevas posibilidades para explorar cómo controlar y manipular moléculas a nivel atómico.

Las máquinas moleculares son dispositivos que funcionan a escala nanométrica, compuestas por unas pocas moléculas que interactúan para realizar un movimiento mecánico.

Aunque suena increíble, estas diminutas estructuras tienen un potencial inmenso.

Por ejemplo, podrían usarse para crear fármacos más eficaces, fabricar materiales con propiedades únicas o incluso desarrollar componentes clave para la computación cuántica.

El concepto de máquinas moleculares no es nuevo.

Su desarrollo ha sido impulsado desde hace décadas.

El ferroceno, una molécula que ganó el Premio Nobel de Química en 1973, es todo un icono en este campo.

Lo que hace especial al ferroceno es su estructura única, que le permite realizar movimientos controlados al manipular su estado electrónico.

Sin embargo, hasta ahora, su uso práctico había estado limitado por problemas de estabilidad en entornos reales.

El ferroceno es una molécula fascinante. Está compuesta por un átomo de hierro atrapado entre dos anillos de carbono, formando una estructura que se asemeja a un tambor.

Una de sus propiedades más interesantes es que puede cambiar su estado electrónico de Fe²⁺ a Fe³⁺, lo que provoca una rotación controlada de sus anillos de carbono en un ángulo de 36°.

Este movimiento es el motor básico detrás de las máquinas moleculares basadas en ferroceno.

Sin embargo, este potencial siempre estuvo limitado por un problema crítico: el ferroceno se descompone cuando se coloca sobre superficies metálicas, especialmente en condiciones cercanas a la temperatura ambiente.

Esto significaba que, aunque la teoría prometía grandes avances, no se podía llevar a la práctica sin una forma de estabilizar la molécula.

El equipo liderado por el profesor Toyo Kazu Yamada encontró una solución innovadora para superar este inconveniente.

Modificaron el ferroceno mediante la adición de sales de amonio, creando una variante conocida como ferroceno de amonio (Fc-amm).

Estas moléculas se colocaron luego en una película de moléculas de éter corona, un compuesto que actúa como una barrera protectora.

El éter corona tiene una estructura en forma de anillo que puede atrapar moléculas e iones, como si fueran piezas de un rompecabezas.

Según los investigadores, esta película molecular no solo evitó que el ferroceno se descompusiera, sino que permitió anclarlo de forma estable a una superficie de cobre.

Esto fue crucial para garantizar que la molécula pudiera operar de manera controlada.

Una vez estabilizada, la molécula se manipuló usando un microscopio de efecto túnel (STM, por sus siglas en inglés).

Al aplicar un voltaje eléctrico de -1,3 voltios, el equipo logró inducir un movimiento lateral controlado en las moléculas.

Este proceso demostró que no solo era posible estabilizar el ferroceno, sino también controlar su movimiento con precisión.

Para entender cómo funciona esta máquina molecular, es útil imaginarla como un carro en miniatura.

Al aplicar un pequeño impulso eléctrico, las moléculas de ferroceno de amonio empiezan a deslizarse lateralmente sobre la superficie de cobre.

Este movimiento se debe a un fenómeno conocido como repulsión de Coulomb, que ocurre entre los iones cargados positivamente del ferroceno.

Un aspecto destacado del experimento es que el movimiento es completamente reversible.

Cuando se retira el voltaje eléctrico, la molécula vuelve a su posición inicial.

Esto significa que el proceso no solo es controlable, sino también repetible, lo que es esencial para aplicaciones prácticas en nanotecnología.

El equipo utilizó cálculos basados en la teoría del funcional de densidad (DFT, por sus siglas en inglés) para analizar el movimiento de las moléculas.

Estos cálculos confirmaron que el deslizamiento lateral es impulsado por la interacción entre las cargas eléctricas de las moléculas y la superficie, demostrando la precisión del sistema a nivel atómico.

Este avance es algo más que una hazaña científica: es un paso hacia aplicaciones revolucionarias.

Las máquinas moleculares basadas en ferroceno podrían transformar múltiples industrias.

En el contexto de la medicina, podrían usarse para administrar medicamentos directamente a células específicas, mejorando la eficacia y reduciendo efectos secundarios.

En el ámbito de los materiales, podrían ayudar a desarrollar superficies inteligentes que se adapten a condiciones cambiantes.

Otro campo con potencial es la computación cuántica.

Las propiedades electrónicas del ferroceno lo convierten en un candidato ideal para diseñar sistemas de almacenamiento y procesamiento de información a nivel cuántico.

Según el profesor Yamada, “este estudio abre emocionantes posibilidades para las máquinas moleculares basadas en ferroceno”.

Aunque aún queda mucho trabajo por hacer, este avance pone a la nanotecnología un paso más cerca de convertirse en una herramienta práctica y cotidiana. 

Fuente: Nano-micro small

 

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