Beber alcohol, incluso solo un poco al día, puede hacer un cerebro de 50 años casi equivalente al de una persona de 60 años.
Beber alcohol no es bueno, ni siquiera en cantidades pequeñas.
En 2022 ya deberíamos haber desechado la creencia de que una copita diaria de vino puede ser beneficiosa.
Porque no, no conlleva ningún beneficio mayor que los perjuicios que supone.
Y porque sí, por mucho que haya políticos que no lo quieran reconocer, el alcohol es una droga.
De hecho, sus efectos son tan perjudiciales que, según un estudio publicado recientemente en Nature Communications, su consumo moderado puede llegar a encoger el cerebro.
Se trata del resultado de una investigación llevada a cabo por científicos del Centro Penn para Estudios de Adicción.
En él, analizan los datos de 36.678 personas, recogidos en el Biobanco de Reino Unido, un amplio estudio observacional sobre salud realizado en dicho país.
Esto último es importante.
Y es que, al ser un estudio observacional, no se puede establecer causalidad más allá de la casualidad.
Al fin y al cabo, observacional quiere decir que se toman datos tomados previamente y se buscan relaciones entre ellos, sin un diseño más complejo, con grupo control y placebo, por ejemplo.
Sin embargo, la correlación entre el encogimiento de determinadas zonas del cerebro y el consumo de alcohol es tan grande que vale la pena recortar el número de copitas que tomamos al día.
La única cantidad saludable de alcohol es ninguna.
Los autores de este estudio querían comprobar si beber alcohol podría afectar al envejecimiento medido en el cerebro.
Para ello, observaron los datos autoinformados sobre consumo de alcohol a la semana o al mes de todos los participantes.
Dichos datos, previamente extrapolados a consumo diario, se clasificaron en unidades, pues es la medida oficial de Reino Unido para medir el alcohol.
Cada unidad equivale a 10 mililitros u 8 gramos de alcohol puro, por lo que no se puede decir que sean exactamente iguales a un vaso de bebida.
Podría ser un vasito pequeño de jerez o media pinta de cerveza 3,5%.
Sin embargo, un vaso mediano de vino, de unos 175 mililitros, puede alcanzar las dos unidades de alcohol.
Y ya, si hablamos de bebidas destiladas, las cifras son más altas todavía.
Además de todos estos datos, en el Biobanco había también imágenes tomadas por resonancia magnética del cerebro de los participantes.
Tanto en la materia gris como en la blanca.
Esto les permitió relacionar ambas informaciones, controlando factores como la edad, el índice de masa corporal o el sexo biológico.
Así, podrían comprobar si había alguna relación entre el consumo de alcohol y la salud del cerebro. Y sí que la hubo.
Vieron que una persona de 50 años que bebía cuatro unidades diarias de alcohol o más tenía en realidad un cerebro equivalente a una al de alguien con 60 años.
Puede parecer que esto es mucho alcohol, pero recordemos que cuatro unidades de alcohol pueden ser dos vasos de vino grandes.
De todos modos, incluso las cantidades de alcohol más pequeñas dieron resultados preocupantes.
Por ejemplo, si se pasaba de una sola unidad de alcohol a dos diarias, la edad cerebral aumentaba rápidamente en dos años.
Los cambios que experimentaron todos estos participantes pasaban por una reducción en los niveles de materia cerebral, gris y blanca.
Es decir, un encogimiento que tuvo lugar a nivel general en todo el cerebro, pero más concretamente en tres áreas de la corteza: el tronco encefálico, el putamen y la amígdala.
El primero supone la mayor vía de comunicación entre cerebro, médula espinal y nervios periféricos.
Además, controla funciones como la respiración o el ritmo cardíaco.
El segundo se encarga principalmente del movimiento del cuerpo.
Y finalmente, la amígdala tiene un papel esencial en el control de las emociones y la memoria.
Todas esas funciones pueden verse afectadas en lo que se observa como un envejecimiento cerebral.
A más alcohol, más encogimiento del cerebro y más edad en comparación con la cronológica.
Por lo tanto, aunque quedaría establecer las causas de estos resultados, nos encontramos ante un motivo más para controlar lo que bebemos.
Al menos, si vamos a tomarnos una copa de vino, hagámoslo con información, sabiendo que podemos hacerlo porque nos apetezca o nos guste su sabor, pero no engañándonos pensando en posibles beneficios.
Solo hay perjuicios posibles.
Con esta información en la mano, somos totalmente libres de hacer lo que queramos.
Fuente: Nature
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