Aprovechan residuos producidos durante la fabricación para sintetizar moléculas útiles para forrajes y biocombustible para aviones.
Las bacterias son un auténtico todoterreno en la naturaleza.
Son microorganismos muy versátiles que son capaces de aprovechar muchas moléculas distintas, como compuestos orgánicos, metales, minerales o residuos, para obtener energía o alimento.
Los científicos lo saben muy bien, y trabajan con ellas de forma cotidiana para aprovechar sus capacidades y limpiar zonas contaminadas o producir combustibles y otras cosas interesantes.
Científicos de Estados Unidos y Alemania han probado a alimentar a bacterias con yogur griego, en concreto les han dado el suero que sobra en el proceso de fabricación, y han logrado que estos microbios fabriquen moléculas útiles para hacer biocombustibles y forrajes de animales.
La fabricación de yogur griego produce fundamentalmente tres residuos: lactosa, fructosa y ácido láctico.
Gracias a esta investigación, científicos de la Universidad de Cornell (EE.UU.) y de Tubinga (Alemania) han logrado que los microbios aprovechen estas moléculas y que fabriquen dos compuestos: ácido caproico (también llamado ácido hexanoico) y ácido caprílico (conocido además como ácido octanoico). ¿Para qué sirven ambos?
Los dos se caracterizan por tener propiedades antimicrobianas, y por eso son útiles para complementar el forraje y sustituir los antibióticos.
Además de eso, y con un poco de procesamiento, se pueden usar como base para fabricar biocombustible para aviones.
Según Lars Angenent, investigador en la Universidad de Cornell, ambas opciones son atractivas económica y socialmente:
«El mercado agrícola parece pequeño, pero tiene una gran huella de carbono (lo que quiere decir que libera una cantidad muy importante de dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero capaz de acelerar el calentamiento global), así que convertir el ácido (del yogur) en una materia prima que los animales pueden comer es un ejemplo de ciclo cerrado que una sociedad sostenible necesita».
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Esto quiere decir que el proceso evita liberar a la atmósfera parte del carbono que las vacas extraen de las plantas.
Esta investigación también resulta interesante para el mercado energético.
Según Angenent, el combustible es más barato, y por eso menos rentable, pero su demanda es prácticamente infinita.
La fabricación de estos dos ácidos, el hexanoico y el octanoico, se llevaría a cabo en biorreactores, cubas donde los microbios crecen de forma controlada gracias al aporte de nutrientes.
En principio, sería posible que estos microbios produjeran los productos durante meses en un mismo reactor.
Los investigadores creen que hay un gran margen para mejorar las capacidades de los reactores:
«Hay mucho que se puede hacer para optimizar el proceso de extracción y aumentar (escalar) la producción», ha dicho Angenent.
«Podemos aprender más sobre la naturaleza de los microbiomas (las comunidades de microbios que llevan a cabo esas reacciones) y sobre la biología implicada, y tratar de averiguar si esta tecnología puede ser aprovechada con otros residuos».
Fuente: ABC