Por primera vez, un equipo de físicos comprueba que cuasipartículas renacen de sus cenizas después de desintegrarse.
Si hay algo en lo que todos estamos de acuerdo es que nada dura para siempre.
Lo dicen las leyes de la Física, en concreto la segunda ley de la termodinámica, que es la que rige el destino del Universo: toda actividad o proceso incrementa la entropía de un sistema. O lo que es lo mismo, el desorden.
Por eso envejecemos, por eso las estrellas se apagan, los átomos se descomponen y por eso, también, los cristales de un vaso que se ha roto jamás volverán a recomponerse.
Pero un equipo de investigadores de la Universidad Técnica de Munich, en el Instituto Max Planck para la Física de Sistemas Complejos, parece haber hallado una excepción a esta norma universal.
De hecho, han descubierto que lo que parece inconcebible en nuestra experiencia cotidiana puede estar sucediendo en el misterioso mundo cuántico.
Y que allí, unos extraños entes llamados “cuasipartículas” tienen la propiedad de desintegrarse y volver a renacer después de sus propias cenizas, en una serie de ciclos que no tienen fin y que las convierte, de hecho, en inmortales.
El extrordinario hallazgo se acaba de publicar en Nature Physics.
Las cuasipartículas pueden describirse como un extraño fenómeno de “excitación colectiva” que sucede en el interior de los cuerpos sólidos.
Cuando, por ejemplo, un electrón se mueve en el interior de un sólido, su movimiento se ve perturbado por las interacciones con otros muchos electrones, o núcleos atómicos, que también se están moviendo.
Y eso hace que, a pesar de seguir comportándose como un electrón libre, tenga una masa diferente, que recibe el nombre de “cuasipartícula de electrones”.
Otras cuasipartículas incluyen a los fonones, que son partículas derivadas de las vibraciones de los átomos dentro de un sólido, a los plasmones, que son partículas derivadas de las oscilaciones de un plasma, y a muchas otras, como los famosos fermiones de Majorana, que son a la vez materia y antimateria, los fluxones, los plasmones o los solitones.
A pesar de que una cuasipartícula implica a todas las partículas que, con sus movimientos, se afectan unas a otras, pueden ser consideradas como partículas individuales que se mueven en el interior de un sistema, rodeadas por una nube de otras partículas que se apartan de su camino o que son arrastradas por su movimiento.
El concepto de cuasipartículas fue acuñado por el físico y ganador del premio Nobel Lev Davidovich Landau.
Lo usó para describir estados colectivos de muchas partículas o más bien sus interacciones debido a fuerzas eléctricas o magnéticas.
A causa de estas interacciones, varias partículas actúan como una sola.
“Hasta ahora, explica Frank Pollmann, uno de los autores del artículo, se suponía que las cuasipartículas en sistemas cuánticos interactivos decaen después de un cierto tiempo.
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“Hasta el momento, prosigue el investigador, no se sabía con detalle qué procesos influyen en el destino de esas cuasipartículas en sistemas que interactúan.
Pero ahora contamos con métodos numéricos con los que podemos calcular interacciones complejas, y computadoras con un rendimiento lo suficientemente alto como para resolver estas ecuaciones”.
Con estas armas a su disposición, los investigadores llevaron a cabo complejas simulaciones para “espiar” a las cuasipartículas.
“Es cierto que se desintegran, explica por su parte Ruben Verresen, autor principal del estudio, pero nuevas entidades de partículas idénticas emergen de los escombros.
Si el decaimiento se produce muy rápidamente, después de un cierto tiempo se produce una reacción inversa y los escombros vuelven a converger.
Este proceso puede repetirse sin fin, como una oscilación sostenida en el tiempo entre decaimiento y renacimiento”.
Desde el punto de vista de la Física, esa oscilación entre “muerte y resurrección” puede considerarse como una onda que se transforma en materia, en virtud de la dualidad onda-partícula que predice la mecánica cuántica.
Por lo tanto, las cuasipartículas inmortales no violan la segunda ley de la termodinámica.
Su entropía permanece constante, la decadencia se detiene.
El descubrimiento, además, consigue también explicar una serie de fenómenos que hasta ahora habían desconcertado a los científicos.
Los físicos experimentales, por ejemplo, han medido que el compuesto magnético Ba3CoSB2O9 es sorprendentemente estable, cuando no debería serlo.
Ahora se sabe que los magnones, un tipo de cuasipartículas magnéticas, son las responsables de ello.
Del mismo modo, otras cuasipartículas, los rotones hacen posible que el helio, que en la superficie de la Tierra es un gas, se convierta en un líquido a -273 grados centígrados (el cero absoluto, donde la actividad atómica se detiene) y pueda seguir fluyendo sin restricciones.
“Nuestro trabajo es pura investigación básica, enfatiza Pollmann.
Sin embargo, es perfectamente posible que algún día nuestros resultados permitan incluso aplicaciones, por ejemplo, la construcción de memorias de datos duraderas para futuras computadoras cuánticas”.
Fuente: ABC