El clásico modelo de educación basado en fundamentos del siglo XIX, profesores del siglo XX y alumnos del siglo XXI puede cambiar para siempre gracias a este nuevo modelo de clases que está prodigándose en el país asiático.
Gracias a la inteligencia artificial (IA), el modelo educativo puede personalizarse hasta grados extremos, diseñándose una experiencia individual para cada uno de los estudiantes.
Esto es posible básicamente porque se pueden recopilar más datos que nunca acerca de los alumnos y también se pueden estudiar sus progresos, reacciones y comportamiento en tiempo real gracias a las cámaras de vigilancia provistas con algoritmos de reconocimiento facial.
Hasta ahora los sistemas educativos han obligado a la mayor parte de los estudiantes a aprender de la misma manera, a la misma velocidad, en el mismo lugar y al mismo tiempo.
Este modelo era inevitable habida cuenta del tiempo y la atención limitada que un profesor podía procurarle a cada alumno de forma individual.
Sin embargo, las capacidades de percepción, reconocimiento y recomendación de la IA permiten que los docentes puedan adaptar el programa de aprendizaje a cada estudiante, a la vez que se libera más tiempo para que se dedique más atención individualizada, tal y como ya ocurre en los centros Squirrel.
El problema de un aula con treinta o cuarenta alumnos es que un solo profesor debe impartir un mismo formato de clase para todos, imponiendo la misma velocidad, adentrándose por igual en todos los conceptos, asumiendo una especie de tarifa plana de atención.
A la vez, el profesor debe atender a las reacciones de todos los alumnos para identificar si alguien puede haberse perdido o está distraído o no está completando satisfactoriamente un ejercicio.
Esta carga de trabajo no es asumible para un ser humano, pero sí para una IA, que es capaz de fijarse individualmente en cada uno de los alumnos, medir cómo reacciona a los diferentes métodos de enseñanza, el grado de atención que mantiene, lo rápido que responde a las preguntas, cómo reacciona a distintos estímulos e incentivos y un largo etcétera que se recopila en bases de datos que más tarde pueden analizarse para determinar los cambios en la enseñanza de cada alumno.
Las cámaras de reconocimiento facial incluso pueden extraer inferencias de los alumnos que un profesor humano sería incapaz de apreciar aunque estuviera enseñando a uno solo de ellos: pequeños gestos, expresiones de perplejidad, velocidad al pestañear, etc.
La IA también puede detectar patrones de emociones y otros detalles que pueden recopilarse para ser entregados a los padres de los alumnos a fin de que evalúen la necesidad de contratar a tutores específicos.
Toda esa información se puede incorporar directamente a un perfil del estudiante, que se actualiza a cada momento en función de los ligeros cambios que se produzcan en el escenario, el método de enseñanza o el tipo de contenidos.
En las clases de inglés, por ejemplo, los algoritmos de reconocimiento de voz permitirán evaluar con más eficacia la pronunciación de cada estudiante, así como ofrecerán soluciones para mejorar la entonación o el acento, sin necesidad de que en cada clase haya un hablante nativo de inglés.
Incluso los deberes que se mandan para hacer en casa pueden adaptarse a cada perfil, porque habrá quienes tendrán que reforzar determinadas carencias.
Si los deberes siempre son los mismos para todos, los alumnos no pueden sacarles el mismo partido.
Gracias a la IA, sin embargo, el alumno deberá completar ejercicios adaptados a su nivel o se ofrecerá material complementario para compensar determinadas carencias.
A lo largo del año curricular, el sistema actualiza su modelo de comprensión y ajusta el plan de estudios en consecuencia.
Finalmente, los ejercicios se podrán corregir automáticamente, al menos en sus elementos más básicos como la identificación de faltas de ortografía, otorgando más tiempo al profesor para que explique a los estudiantes conceptos de escritura de nivel superior.
Casi todas estas herramientas ya existen y muchas de ellas ya se están implementando en diferentes clases por toda China, como ocurre en los centros Squirrel.
En estos centros de refuerzo se centran en ayudar a los estudiantes a obtener mejores notas en las pruebas estandarizadas anuales.
Aquí no hay pizarras, proyectores u otros equipos, solo una mesa por habitación, destinada a seis u ocho personas.
Se resuelven problemas en hojas de papel antes de enviar sus respuestas online.
Para cada curso que se ofrece, un equipo de ingeniería trabaja con un grupo de maestros para subdividir el tema en las piezas conceptuales más pequeñas posibles.
Las matemáticas, por ejemplo, se dividen en más de 10 000 elementos atómicos o “puntos de conocimiento”, como el teorema de Pitágoras, con el objetivo es diagnosticar las brechas de comprensión de un estudiante con la mayor precisión posible.
Estos centros, y cada vez más escuelas en China, están catapultando los fundamentos educativos a los profesores y también a los propios alumnos al siglo XXI.
Fuente: Muy Interesante
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