Los progenitores que mantienen una actividad física moderada tienen descendientes con mejores condiciones cognitivas, según revela un estudio con ratones.
“A veces las investigaciones genéticas también traen alegrías” dijo José Luis Trejo.
Es uno de los investigadores del Instituto Cajal, el centro español que ha dirigido un estudio que, efectivamente nos trae una buena noticia. O al menos para aquellos que tuvieron padres que practicaron ejercicio físico antes de su llegada al mundo.
Porque según se ve en los resultados del estudio en el que ha participado este centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), los ratones de laboratorio que tuvieron unos progenitores que realizaron ejercicio físico moderado también tienen un cerebro en mejores condiciones cognitivas.
Trejo es un investigador destacado que lleva años estudiando el papel de diversas hormonas tanto en la generación de neuronas como en la formación de la parte del cerebro conocida como hipocampo en los cerebros adultos.
Dirige desde hace años el Grupo de Neurogénesis del Individuo Adulto en el Instituto Cajal, en Madrid, España, que centra sus investigaciones en el papel que ejercen esas nuevas neuronas en la memoria y su posible uso en terapias contra diversas enfermedades o contra el estrés.
Ahora es parte del equipo que ha estudiado cómo el ejercicio afecta al cerebro de los ratones. No solo del beneficio directo para el practicante, también del que heredaran sus crías.
Tal y como explica Trejo, los investigadores neurocientíficos hace tiempo que saben que los efectos del estrés se heredan, y no solamente entre roedores.
“Los hijos -e incluso los nietos- de los que pasaron hambrunas y guerra pueden seguir notando los perjuicios de estas experiencias traumáticas”.
Esto no quiere decir que se haya efectuado un cambio genético en esa familia.
Es un factor epigenético. ¿Qué quiere decir eso? Pues, en las palabras del investigador: “los genes son como un libro: aunque no cambien las páginas, puede que estés poniendo más atención a unas páginas, o dando más entonación a otras.”
Esa entonación o enfoque sería el factor epigenético, que quiere decir literalmente sobre o cerca de los genes.
Son condicionantes del gen sin formar parte de este. Los traumas harían que tuviésemos tendencia a irnos a las páginas más sombrías de este libro genético.
El ejercicio físico moderado tendría el efecto opuesto.
Hace décadas que se sabe que nuestra actividad corporal tiene un efecto positivo sobre nuestras neuronas.
Más recientemente, se ha descubierto que sigue habiendo creación de neuronas nuevas en los individuos adultos, y particularmente en la zona del cerebro que conocemos como hipocampo.
“Que el aumento de neuronas en esta zona del cerebro pueda heredarse es un hecho singularmente importante, porque son las neuronas del hipocampo las que se asocian con condiciones como la depresión o la ansiedad”, explica Trejo.
También es esta zona cerebral la que se encarga de la memorización, con lo que tiene un papel crucial en el aprendizaje y en la retención duradera en la memoria de lo que aprendemos.
Es también el hipocampo quien se encarga de orientarnos espacialmente, así que podríamos decir que un padre deportista nos ayudará a aparcar mejor el carro.
Esta neurogénesis o nacimiento de neuronas es consecuencia directa del ejercicio, y tiene un efecto sobre la depresión.
Según los estudios del Instituto Cajal, las virtudes irían más allá de nuestro propio organismo, mejorando la calidad de vida de nuestros descendientes.
Para poder comprobar este beneficio heredado, ha sido necesario tener a unos ratones con un plan de ejercicio moderado y con unos descendientes sin actividad física, para que quede claro que su mejor funcionamiento mental es del todo debido a ese ejercicio previo del ratón padre.
Se ha comparado a los descendientes de ratones sedentarios con los de los que hacían ejercicio, pero también se ha aplicado un régimen de ejercicio a unos ratones previamente sedentarios, que después han vuelto a ser padres. También en este caso se observó el mismo beneficio para las crías.
De momento, el estudio se ha centrado en los padres, detectando que los ratones que tenían un régimen de vida que incluía unas pautas de ejercicio moderado transmitían esa mejora epigenética a sus descendientes a través de los espermatozoides.
En un futuro, está previsto que se explore también la posible transmisión de estos condicionantes epigenéticos de la madre a sus hijas e hijos.
También está previsto estudiar más a fondo si los efectos llegan más allá de esa primera generación y, en caso de que así sea, qué intensidad tienen los beneficios para los nietos de los ratones activos.
Otra importante conclusión del estudio que ha dirigido Trejo es que el beneficio del ejercicio para el organismo no sube exponencialmente.
Más deporte no quiere decir más salud, al menos en lo que se refiere a los efectos de esta práctica para nuestro cerebro.
No es solo que la persona no vaya a seguir mejorando, es que va a tener consecuencias negativas para ella.
“A diferencia de lo que pasa con el músculo del corazón, por ejemplo, que cuanto más ejercicio se hagas pues mejor, hasta que llega un momento que por mucho más que hagas no va a mejorar, con el cerebro no: en el cerebro hay un punto de inflexión; si sigues haciendo ejercicio empiezas a perder los efectos por el estrés, porque te sube el cortisol en sangre y lo que estás ganando por un lado lo pierdes por otro.”
Según la descripción del investigador del Instituto Cajal, es como si los distintos factores epigenéticos “compitieran entre sí”.
Los beneficios del deporte estarían en un lado de la balanza, mientras que el estrés mental del exceso de ejercicio estaría en el otro.
Nuestro objetivo debería ser el equilibrio, el punto medio que permita que nuestro cerebro saque el máximo partido del ejercicio. Nuestra actividad cerebral mejorará y nuestros descendientes nos lo agradecerán.
¿Es posible saber cuál es ese punto óptimo que no deberíamos sobrepasar? Según Trejo, sí lo es.
Concretamente, hay dos métodos para saberlo. Uno es con la medición del umbral del lactato en sangre, que marcaría cuándo llega ese punto de inflexión que hace que los efectos del ejercicio sobre el cerebro sean negativos.
De momento, no es una metodología viable para la mayoría de los deportistas. Otro método más simple es el de la medición -a través de un profesional- de su frecuencia cardíaca y que marque una curva de la intensidad que no se debe sobrepasar.
Trejo también tiene un consejo general para la gente que quiere estar en forma: no buscar planes de ejercicio (o dietéticos) genéricos, sino buscar el umbral propio y regular la actividad física según este dato, teniendo además en cuenta que irá variando a medida que la persona esté más en forma.
Esto también sería aplicable a la dieta.
Fuente: Noticias de la Ciencia