Los nanotubos de carbono, que se comenzaron a fabricar a principios de la década de los 90, han pasado de rareza de laboratorio a “material milagroso” para la industria, por sus numerosas aplicaciones en nanotecnología, y con razón.
Estas estructuras cilíndricas diminutas hechas de láminas de grafeno enrolladas tienen un diámetro de unos pocos nanómetros, unas 10.000 veces más delgadas que un cabello humano.
Pueden, por ello, parecer frágiles, pero lo cierto es que constituyen un material increíblemente robusto, más que el acero y las fibras de carbono, y aventajando al aluminio en ligereza y al cobre en capacidad de conducir la electricidad.
Sin embargo, ha resultado ser muy difícil elaborar materiales, como tejidos o películas, que demuestren estas propiedades a escalas centimétricas o métricas.
El reto procede de la dificultad de ensamblar nanotubos y entretejerlos, dado que son tan pequeños, y que su geometría es muy difícil de controlar.
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El logro es obra del equipo de Sameh Tawfick, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, Estados Unidos.
La solidez estructural de las películas delgadas de metal tiene una importancia notable para hacer posible un funcionamiento fiable de la piel inteligente y de la electrónica flexible, incluyendo sensores biológicos y de vigilancia de parámetros de la salud.
Las láminas de nanotubos de carbono alineados son adecuadas para una amplia gama de aplicaciones, que van desde la escala micrométrica a la macrométrica, abarcando así sistemas microelectromecánicos (MEMS, por sus siglas en inglés), electrodos de supercondensadores, cables eléctricos, músculos artificiales y otros.
Fuente: Noticias de la Ciencia