La penicilina, descubierta en 1928 por Alexander Fleming, permitió salvar millones de vidas en la Segunda Guerra Mundial y cambió el rumbo de la historia.
Desde entonces se produjeron numerosos antibióticos similares a la penicilina, llamados antibióticos β-lactámicos.
Estos compuestos, obtenidos a partir de fuentes naturales o mediante síntesis química, permitieron el tratamiento de diferentes infecciones bacterianas y contribuyeron a que durante el siglo pasado se alargue notablemente la expectativa de vida de la población.
Pero, en contrapartida, su uso excesivo o indebido dio lugar a la selección de bacterias resistentes.
“Actualmente existen superbacterias capaces de sobrevivir a la acción simultánea de varios antibióticos, y que están diseminadas en todo el mundo”, explica Alejandro Vila, investigador superior del CONICET y director del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR, CONICET-UNR) (Argentina).
Estas cepas son un serio problema para la salud de la población mundial y nos enfrentan a una situación sin precedentes: que no haya terapias efectivas para contener infecciones que han sido tratables hasta hoy.
Para diseñar nuevos fármacos es necesario conocer las estrategias de defensa de las bacterias o la estructura de las moléculas involucradas.
El equipo de trabajo de Vila descubrió que el mecanismo químico que usan estos microorganismos para bloquear los antibióticos es similar en distintas especies, lo que permite imaginar tratamientos quimioterapéuticos efectivos frente a un amplio espectro bacteriano.
“Vimos que todas las enzimas estudiadas forman los mismos intermediarios y que, más allá de las diferencias en la estructura, todas utilizan el mismo mecanismo químico”, indicó la investigadora Antonela Palacios, y agrega “el hallazgo de un punto en común entre proteínas de diferentes familias permite imaginar estrategias para bloquear la actividad de todas ellas al mismo tiempo”.
Uno de los principales mecanismos bacterianos para sobrevivir a la acción de los antibióticos β-lactámicos es la producción de enzimas capaces de degradarlos, llamadas β-lactamasas.
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Sin embargo, las bacterias evolucionaron y muchas son hoy capaces de sobrevivir a la acción de los carbapenemes.
“En nuestro equipo estudiamos una clase de β-lactamasas dependientes de zinc que son particularmente efectivas frente a carbapenemes”, comenta María Natalia Lisa, una de las autoras quien investigó el tema en el IBR y ahora está en el Institut Pasteur de Montevideo, Uruguay.
Y agrega “entre estas enzimas existen tres familias que tienen diferencias en su sitio activo, el lugar al que se une el antibiótico para ser degradado, lo que llevaba a pensar a la comunidad científica que no sería posible encontrar un único compuesto capaz de bloquear la acción de todas las familias”.
En este trabajo caracterizaron las especies químicas presentes a lo largo de la inactivación de distintos carbapenemes por metalo-β-lactamasas de diversas familias y origen, e “intermediarios de reacción” formados durante la ruptura del antibiótico.
Los intermediarios son especies químicas que se forman durante períodos muy cortos de tiempo –milésimas de segundos-, lo que hace que estos complejos sean muy difíciles de estudiar.
Estos resultados abren puertas hacia nuevas líneas de investigación dirigidas al diseño racional de inhibidores de metalo-β-lactamasas que sean capaces de prolongar la utilidad de los antibióticos actualmente disponibles.
Es importante destacar que estos resultados aparecen en un contexto de alerta, cuando en Argentina el Servicio de Antimicrobianos de la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud ‘Dr. Carlos G. Malbrán’ ha informado que 9 de cada 10 mil personas internadas sufren infecciones por superbacterias, en tanto que en la Ciudad de Buenos Aires esa cifra se quintuplica.
Asimismo, informes recientes señalan que en Estados Unidos y en Europa al menos 50 mil personas mueren cada año debido a infecciones con bacterias resistentes, estimándose que, de mantenerse las tendencias actuales, en 2050 las mismas causarán más víctimas que el cáncer.
Fuente: Noticias de la Ciencia
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