El descubrimiento de la insulina y su desarrollo como tratamiento es una historia digna de una epopeya.
Hablamos de una medicina que, en el caso de la diabetes tipo 1, conseguía catapultar la esperanza de vida de los pacientes de 1 años a más de 60.
Hablamos de algo que mantiene vivos y sanos, hoy, a más de 537 millones de personas.
Por eso es tan emocionante vivir un momento histórico en el que, por primera vez, parece viable poder decirle “adiós“.
Durante los últimos 20 años y tras una época de enormes debates bioéticos, las células madres han prometido tener la capacidad suficiente como para cambiar, de raíz, áreas enteras de la medicina contemporánea:
Realizar mejoras en pacientes con graves lesiones medulares, recuperar corazones tras un infarto, o curar la diabetes cultivando e implantando células de islote (productoras de insulina) en el páncreas.
Todo esto eran objetivos asequibles (“razonables“) para esta tecnología que no han llegado a materializarse aún.
A día de hoy, somos capaces de coger los fibroblastos (un tipo de células que proliferan en las cicatrices) que aparecen en el corazón tras un infarto y reprogramarlos en cardiomiocitos perfectamente funcionales.
Hemos desarrollado técnicas capaces de crear de cartílagos, hueso o, y esto es mucho más espectacular, timos perfectamente funcionales (los timos son glándula del cuerpo donde maduran las células-T, las células encargadas de coordinar la respuesta inmune celular).
Lamentablemente, aún no podemos imprimir ni tejidos ni órganos con suficiente precisión a escala nanométrica.
Es algo sobre lo que estamos trabajando (algo que está cada día más cerca), pero que aún supone una limitación importante porque de poco sirve poder reprogramar células si no podemos diseñar estructural que les den soporte a nivel funcional.
Tenemos las piezas, pero nos falta el todo. De ahí que el caso de la diabetes sea tan fundamental: es justo la frontera donde esas limitaciones empiezan a desaparecer.
Una de las joyas de la corona eran los tratamientos de la diabetes.
No está de más recordar que las células madres son un tipo de células que pueden originar, bajo ciertas condiciones, cualquier otro tipo de células del cuerpo.
Es decir, si aprendíamos a usarlas, nos permitirían crear nuevos islotes pancreáticos (las células que la autoinmunidad destruye en la diabetes tipo 1) e introducirlos en un páncreas funcional.
Porque, además, esta tecnología nos permitiría hacerlo sin los problemas de disponibilidad y compatibilidad que tienen asociados los enfoques actuales de trasplante de islotes.
Unos enfoques que, todo sea dicho, llevan también 20 años dando buenos resultados a nivel clínico.
Los primeros ensayos clínicos empiezan a tomar cuerpo.
El de Vertex Pharmaceuticals, por ejemplo, está trabajando con 17 pacientes y el primero de ellos, según se ha podido saber, ha podido reducir la insulina que se inyecta en un 92% unos 150 días después del trasplante.
Aún es pronto para tener todos los datos y, como recordaba al principio, lo mejor es ser prudentes.
Pero no deja de ser una buena noticia que, tantos meses después de que las primeras noticias sobre este éxito del tratamiento, las actualizaciones sigan siendo positivas y el “paciente cero”, Brian Shelton, siga haciendo vida normal.
La gran promesa de estas tecnologías es que, en unos pocos años, podremos curar enfermedades sin tratarlas.
En combinación con técnicas de ingeniería genética, podremos crear células (órganos enteros) que no solo sean ‘inmunes’ a los problemas genéticos, sino que sean capaces de detectar otras enfermedades y adelantarse a ellas.
Fuente: CNBC
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