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Qué pasa en nuestro cerebro cuando recibimos una notificación, según la ciencia

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Algunos estudios apuntan a que “tocamos” nuestros dispositivos móviles unas 2600 veces al día. Las notificaciones, la forma que tienen de estimularnos, son las culpables de ello, en gran medida.

El mecanismo psicológico y fisiológico que se esconde tras el diseño de estas señales parpadeantes es el mismo que emplea nuestro cerebro en el caso de algunas sustancias adictivas. ¿Podemos llamarnos “adictos” a las notificaciones?

En 1901, Iván Petróvich Pávlov comenzó a trabajar en la hipótesis de la que casi todo el mundo ha oído hablar a día de hoy: “Ley del reflejo condicional”.

Para ello, resumiendo mucho, pasó varios años probando diversos estímulos, positivos y negativos, con perros.

Los famosos “perros de Pavlov” reaccionaban, tal y como esperaba el fisiólogo, al sonido de una campana o un metrónomo como si de la comida se tratase.

En otras palabras, un estímulo es capaz de desatar una respuesta que, en principio, no tiene nada que ver.

La razón es el condicionamiento (clásico), es decir, la asociación de dicho estímulo, como podía ser la campanita de marras, con el hecho de que se le iba a dar comida al pobre perro.

Si Pavlov viviera en estos tiempos, estaría la mar de contento de ver que su ley se cumple delante de sus narices.

Si cambiamos el sonido de la campana (real) por el de las notificaciones, veremos que el estímulo despierta en nosotros una respuesta: la necesidad de mirar el móvil.

Como ahora veremos, es una respuesta de condicionamiento puramente clásica.

Asociamos el sonido o el icono a una experiencia (normalmente positiva) que nada tiene que ver con el propio sonido o la imagen.

Al menos no siempre. Pero eso no evita que dispare una interacción social y sus consecuencias en nosotros.

Un sonido y un icono pueden significar cualquier cosa, pero un sonido que relacionamos con un mensaje de nuestros amigos, o un icono que indica que a alguien le ha gustado una foto, son estímulos condicionados que nos incitan a sentir algo.

Aquí es donde está el secreto. No, no hablamos del condicionamiento en sí. Esto es solo la primera parte.

El verdadero quid de la cuestión es la respuesta que provoca dicho condicionamiento.

¿Alguna vez ha notado esa ligera sensación de ansiedad o incomodidad cuando sabe que ha dejado el teléfono en algún sitio? Es algo normal.

Decir que las notificaciones son una adicción no es adecuado.

Una adicción es una cosa muy seria y muy determinada. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que tienen cierta relación.

Esta no es otra que nuestro sistema de recompensa.

La dopamina es el neurotransmisor que juega un papel fundamental en el comportamiento.

Normalmente, lo liberamos cuando comemos algo agradable, vivimos una experiencia satisfactoria o nos ejercitamos, entre otras cosas, que incluyen el tomar algunos tipos de droga.

Su rol es el de activar el sistema de recompensa para que repitamos un comportamiento, en principio, beneficioso para nosotros.

Existen cuatro grandes vías dopaminérgicas (que transmiten dopamina) en nuestro cerebro: la mesocortical, la nigroestriada, la mesolímbica y la tuberoinfundibular.

De estas, las tres primeras están directamente relacionadas con la recompensa de la que hablábamos, de manera que realizar ciertas acciones disparan, a través de estas vías, un estímulo agradable y satisfactorio: nos hacen felices.

Este mecanismo es el que usa nuestro cerebro para reforzar un comportamiento.

Cuando una sustancia o una acción abusan de estas vías, como ocurre con la droga, el juego u otros factores, podemos caer en la adicción.

No vamos a entrar en detalles sobre esto, pero sí que diremos que ante la falta de dicho estímulo (o la consciencia de que no lo tendremos), nuestro cerebro se revela, creando cierta sensación de ansiedad.

De la misma manera, nuestro cerebro se siente “más tranquilo” al recibir el estímulo y saber que está disponible.

Es parte del mecanismo de aprendizaje, en cierta medida deformado por un estímulo externo.

Este efecto ha sido comprobado varias veces sobre los móviles, como describen en este estudio de la facultad de Psicología de la Universidad de Bergen.

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Ya hemos visto que la recompensa, mediada por las vías dopaminérgicas y activada por el estímulo, es la razón de que las notificaciones nos “enganchen”.

Pero, ¿qué es en realidad lo que produce la recompensa?

¿Qué hemos asociado al estímulo para que nos guste tanto darle al móvil?

Los primates, en general, somos animales con un gran background social.

La razón de esto, y probablemente también la consecuencia, es el sistema de recompensa del que hablábamos.

Efectivamente, este es activado por las vías dopaminérgicas ante la interacción social.

Como podemos ver en este estudio de la Universidad Philipps, de Marburgo, la relación entre los seres humanos dispara este tipo de respuestas: una sonrisa, una caricia, la aprobación o palabras amables son suficientes para despertar la recompensa y, por tanto, promover el comportamiento que ha generado dicho estímulo.

Los investigadores evolutivos explican esta relación como un mecanismo social necesario y positivo.

De esta manera, ya tenemos el cuadro completo.

Las notificaciones son un estímulo condicionado que asociamos con una interacción social que nos produce placer y recompensa, la cual está mediada por nuestras vía dopaminérgicas.

¿Y qué ocurre con las interacciones poco satisfactorias o negativas?

Aunque la cosa se complica un poco, también entran dentro de este cuadro que estábamos pintando.

En primer lugar, las interacciones negativas pueden provocar una respuesta negativa.

Igualmente, las interacciones que no producen nada, pueden provocarnos la indiferencia.

Normalmente estas terminan desapareciendo de nuestra pantalla, aunque ahora hablaremos de eso.

Por último, en las notificaciones vivimos a veces una situación de recompensa muy parecida a la que ocurre con las máquinas tragamonedas, y que se conoce como sistema de recompensa variable.

Este ha demostrado ser tremendamente eficaz en nuestro cerebro.

Para terminar de darle complejidad a este cuadro, muchos especialistas en marketing y publicidad, así como sociólogos y psicólogos, están tratando de rellenar “los huecos” que faltan en el conocimiento que tenemos sobre las notificaciones.

Aunque el mecanismo parece muy claro, lo cierto es que las interacciones y la usabilidad de los dispositivos pertenecen a un nivel muy superior al fisiológico: el etológico o del comportamiento.

El objetivo es entender cómo funcionan para hacerlas más eficientes.

La investigadora de diseño de Twitter, Ximena Vengoechea, cree que una buena notificación engancha aprovechándose de dos mecanismos uno interno y otro externo, y su perfecta sincronización.

El mecanismo interno sería de corte emocional mientras que el externo, según Vengoechea, sería aquel que proporciona información sobre qué hacer.

Ambos terminan despertando el sistema de recompensa con diferente intensidad.

Para la investigadora, la combinación es lo que permite hacer una notificación que “engancha” al usuario.

Para ello, los dispositivos juegan con el mecanismo del que hablábamos activándolo en varios niveles que implican la interacción social con los estímulos visuales, la gamificación y las acciones.

Para potenciarlo más, según explica la investigadora, se unen otros aspectos como son el momento perfecto, que sincroniza la necesidad con la acción, la curiosidad que incita a interactuar, y el diseño, que las hacen más atractivas por supuesto.

El resultado es que una acción derivada de un estímulo se convierte en un hábito.

Ya tenemos la mezcla casi perfecta.

No obstante, hay que decir que este último apartado entra en el delicado mundo de las ciencias sociales y del comportamiento.

En realidad, es muy difícil obtener resultados concretos determinados por poblaciones con vivencias tan diferentes.

Fuente: Xataca

Editor PDM

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