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Qué refleja su forma de bailar desde el punto de vista de la ciencia

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“No permitiré que nadie te arrincone”, le dijo Johnny Castle (interpretado por el actor Patrick Swayze) a Baby (Jennifer Grey) antes de realizar el célebre baile de la escena final de la película Dirty Dancing.

Treinta años después de su estreno, el mítico salto que ambos actores ensayan y realizan en el filme sigue imitándose, porque si Baby aprendió a bailar contra todo pronóstico, todos podemos conseguirlo.

Sin duda, uno de los mensajes de la película es que los pasos de una coreografía se pueden aprender.

Pero “cada uno tiene su manera natural y espontánea de bailar, imposible de fingir”, asegura a Sinc Nick Neave, investigador de la Universidad de Northumbria (Reino Unido).

“A través de estos movimientos, emitimos señales muy honestas sobre nuestro estado físico y emocional al sexo opuesto y a los posibles competidores”, añade.

El trabajo de Neave y su equipo parte de que, en el reino animal, la danza del macho es un claro indicador de su fuerza, tiempo de reacción y calidad del sistema esquelético y nervioso.

“Creemos que cuando el ser humano baila transmite esta misma información. Los hombres demuestran su fuerza física y las mujeres su potencial reproductivo”, expone el científico por teleconferencia.

Para investigar qué movimientos resultan más atractivos en ambos géneros, Neave reclutó a hombres y mujeres y los puso a bailar al ritmo de música pop.

Digitalizó sus movimientos, los transformó en avatares en 3D sin rasgos físicos reconocibles y buscó voluntarios del sexo opuesto que valoraran la actuación.

“De esta manera, las personas que evalúan a los bailarines no se distraen con su aspecto, ropa, etnia… solo se fijan en el movimiento”, aclara el experto.

De sus publicaciones se deriva la receta de cómo ser el rey y la reina de la pista.

Si usted es un hombre y desea ser apreciado como un buen bailarín debe saber que las mujeres se fijan sobre todo en la parte superior de su torso, es decir, en la velocidad, la variabilidad y el alcance de los movimientos de su cabeza, cuello y hombros.

“En general, los hombres fuertes bailan mejor”, expone Neave en la revista Biology Letters.

Pero no se trata solo de fuerza bruta, la danza masculina también refleja cualidades personales, como ser más o menos extrovertido, agradable o estar interesado en la búsqueda de nuevas emociones.

Según matiza el investigador británico, “el objetivo no es solo atraer a las mujeres, sino demostrar al resto de varones la confianza en uno mismo y la dominancia sobre los demás”.

Respecto a las féminas, su éxito en la pista de baile se mide por sus caderas.

En la investigación los movimientos femeninos que fueron mejor evaluados por los hombres fueron el balanceo de caderas, un movimiento asimétrico de muslos y uno intermedio de brazos.

“Esta asimetría entre brazos y piernas podría tener significado biológico”, apuntan los investigadores en el trabajo publicado en Scientific Reports.

Un desplazamiento independiente de extremidades superiores e inferiores demuestra un elevado control motor.

Sin embargo, si la asimetría es demasiado exagerada deja de ser atractiva, pues puede significar justo lo contrario y hasta, en casos extremos, enfermedades como párkinson o el Síndrome de Tourette.

“Aunque analicemos la danza de manera científica, no debemos olvidar que lo esencial es pasárselo bien”, subraya Neave, quien añade que las diferencias entre hombres y mujeres existen y que son constantes en todas las culturas.

“Pero está claro que el baile del ser humano no es un mero cortejo, como sucede en otros animales”, destaca el experto.

La música y la danza están presentes en los rituales de todas las culturas humanas conocidas.

“El baile es un lenguaje, una expresión que emerge de una comunidad. […]. Si te sabes los pasos significa que perteneces al grupo”, expone la coreógrafa afroamericana Camille A. Brown en una charla TED que repasa la cohesión social a través del baile a lo largo de parte de la historia.

De las coreografías de los esclavos africanos que fueron enviados a Norteamérica al hip-hop de los años 90, pasando por el Charleston y el Lindy hop, ¿por qué bailamos?

“Para movernos, soltarnos, expresarnos. ¿Por qué bailamos juntos? Para curarnos, para recordar, para decir ‘nosotros hablamos la misma lengua. Existimos y somos libres”, relata Brown.

“La búsqueda de pareja casi siempre parasita otros mecanismos que ya existen –afirma a Sinc el experto en psicología evolutiva Robin Dunbar–.

Respecto al baile, parece que su función primera fue la de cohesión social y luego el cortejo también lo explotó”.

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“Bailar dispara el sistema de endorfinas del cerebro y genera una sensación de calidez y calma que te hace sentir más cercano a la gente que danza contigo”, sintetiza Dunbar.

Esta percepción de afinidad ya aparece cuando coincidimos con alguien haciendo algo tan simple e inevitable como seguir con el pie, la cabeza o el dedo un ritmo que oímos.

El movimiento espontáneo de seguir con el cuerpo una cadencia externa y hacerlo a la vez que otra persona es una habilidad sin parangón en el reino animal y se empieza a dar en escolares de entre cuatro y ocho años, aunque requiere de cierta práctica y aprendizaje.

De todos modos, los prerrequisitos para este fenómeno ya se manifiestan en bebés, por lo que parece ser una capacidad inherente al cerebro humano.

De manera innata o aprendida, cuando dos personas hacen pequeños movimientos a la vez, se incrementan sus sensaciones de simpatía mutua.

Hasta ahora, la explicación a este suceso era que se activaban de manera simultánea sus respectivas redes neuronales de acción y percepción, y esto contribuía a difuminar la barrera entre los propio y lo ajeno.

El equipo de Dunbar ha ido un paso más allá y ha demostrado que los mecanismos del control del dolor del cerebro, las endorfinas, están también implicados en el papel cohesivo del baile.

Para ello, reclutaron a 264 estudiantes brasileños, los agruparon de tres en tres y les animaron a bailar música electrónica siguiendo ciertas instrucciones: moverse con más o menos sincronía entre ellos y con distintos niveles de intensidad.

Después, los investigadores midieron su tolerancia al dolor, una manera indirecta de cuantificar la segregación de endorfinas, y sus sentimientos de proximidad hacia los integrantes de su grupo de tres y el resto.

Sus resultados, publicados en Biology Letters, fueron claros: tanto el esfuerzo como la sincronía elevaban de manera independiente la tolerancia al dolor y la sensación de pertenencia al grupo.

Aunque ya se sabía que el movimiento muscular, aunque poco intenso, disparaba las endorfinas, ahora los científicos han descubierto además que “la sincronía es capaz de doblar el efecto placentero que provoca el ejercicio”, afirma Dunbar.

La liberación de estas sustancias, también conocidas como las ‘hormonas de la felicidad’, genera placer, euforia y tiene un efecto analgésico hasta 30 veces mayor que la morfina.

Este sistema se activa de manera muy potente en las relaciones sociales, y refuerza la interacción con otros individuos.

Dunbar y su equipo consideran que este mecanismo está en la base evolutiva de la función cohesiva del baile.

“A lo largo de la evolución humana, la interacción social ha sido clave para nuestro bienestar y salud”, indica el experto británico.

Mientras que el tamaño de las redes sociales de otros primates se puede predecir en función del volumen de su cerebro, el ser humano sobrepasa de largo este pronóstico, que en teoría es de 150 individuos.En la práctica puede ser mucho mayor.

Los primates afianzan sus relaciones sociales mediante el acicalamiento, hecho que limita la dimensión del grupo a unos 50 individuos como máximo.

“La calidad de la relación se refleja en el tiempo invertido en ella –asegura Dunbar–.

Como el número de horas del día es limitado, los grupos grandes necesitan medidas de cohesión más efectivas y que permitan una interacción entre varios individuos a la vez”.

Según un estudio publicado en Ethology, el baile, una forma de sincronización y ejercicio físico que dispara las endorfinas, habría sido la solución evolutiva a esta necesidad de “acicalar a distancia” y a varios individuos a la vez, para cohesionar una red social cada vez mayor.

Desde ese momento en el que el grupo de primates se amplió hasta ahora, los seres humanos habrían bailado juntos, en grupo, cada vez que surgía la ocasión.

“Las danzas para provocar el trance en las sociedades cazadoras-recolectoras y los corros de estilo Zulú son las formas más clásicas que conocemos”, asevera Dunbar.

En nuestra sociedad moderna, los tipos de baile han cambiado, pero siguen estando presentes.

Johnny Castle enseñaría ahora swing, Zumba u organizaría flashmobs en vez de dar clases de bailes de salón en un hotel de verano.

“Anímese y disfrute bailando, ¡Todo el mundo puede hacerlo! –aconseja el investigador–.

Le hará sentir mejor y le ayudará a hacer amigos, hecho que tiene más efectos beneficiosos sobre su salud, felicidad y longevidad que cualquier otra cosa”.

Fuente: Noticias de la Ciencia

Editor PDM

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