Tomemos unos cuantos trozos de metal de una chatarrería, coloquémoslos en un frasco de cristal junto a una sustancia química doméstica común y, voilà, obtenemos una batería de alto rendimiento.
Baterías o pilas sin ningún efecto tóxico al disolverse dentro del cuerpo humano podrían algún día energizar dispositivos ingeribles para diagnosticar y tratar enfermedades.
Los dispositivos electrónicos capaces de autodestruirse de manera inocua podrían evitarles a los pacientes una intervención quirúrgica extra para retirar del interior de su cuerpo un aparato médico que ha finalizado su labor.
Dejar expuestas al sol pilas eléctricas para que se recarguen, como ropa tendida para que se seque, suena extraño, pero en un futuro cercano podría ser una manera cotidiana de recargar pilas.