A la hora de mentir, las señales más delatadoras de nuestra acción no están realmente en el sudor de las palmas de las manos o en picos del ritmo cardiaco, sino en la actividad de nuestro propio cerebro.
A la hora de mentir, las señales más delatadoras de nuestra acción no están realmente en el sudor de las palmas de las manos o en picos del ritmo cardiaco, sino en la actividad de nuestro propio cerebro.