Una nueva vacuna contra las bacterias resistentes a antibióticos podría ser la solución que llevamos tanto tiempo esperando.
Pero de momento solo se ha probado con animales, así que aún queda mucho que esperar.
Las bacterias resistentes a antibióticos son uno de los grandes problemas de salud pública a los que nos enfrentamos este siglo.
Puede que, de momento, sus consecuencias no sean tan drásticas como las de una pandemia viral.
Pero, poco a poco, se han ido convirtiendo en un problema que no hace más que empeorar.
De hecho, actualmente ya causan unas 700.000 muertes anuales.
Por eso, la vacuna contra este tipo de bacterias que acaba de desarrollar un equipo de científicos de la Universidad Estatal de Michigan es un golpe de esperanza muy necesario en los tiempos que corren.
De momento solo se ha probado con modelos animales. Es importante dejar esto claro.
Aun así, los resultados han sido tan prometedores que no se puede descartar que también sea eficaz en humanos.
En cuanto al funcionamiento de esta vacuna contra bacterias resistentes a antibióticos, es bastante curioso, pues resulta muy diferente a las vacunas a las que estamos acostumbrados.
Esa podría ser su debilidad, pero en realidad es su gran fortaleza.
La historia de la medicina podría casi dividirse en los tiempos anteriores a la penicilina y los que han venido después.
En la primera etapa una persona podía morir por lo que hoy en día nos parecen simples infecciones.
Una otitis, una amigdalitis con placas, una herida que se infecta…
Gracias a los antibióticos, la esperanza de vida del ser humano se elevó muchísimo.
Pero las bacterias están desarrollando sus propias armas en esta guerra hasta el punto de que podrían hacernos dar un peligroso paso atrás en la historia.
El uso excesivo de antibióticos está llevando a la aparición de muchísimas bacterias resistentes a ellos.
Esto se debe a que algunos de estos microorganismos desarrollan por completa casualidad mutaciones que les hacen resistentes al fármaco.
Si se trata con él una colonia bacteriana, solo resistirán las que han desarrollado esa mutación.
Serán esas las que se sigan reproduciendo. Además, las bacterias tienen la capacidad de pasarse genes de unas a otras, por lo que, si la mayoría que quedan vivas tienen el gen de resistencia, pueden pasárselo al resto.
Así, en el momento que se vuelva a usar el fármaco, resistirán muchas más, que de nuevo se seguirán reproduciendo.
Si los antibióticos se usasen solo cuando son estrictamente necesarios, ese enriquecimiento de la población resistente no sería tan habitual.
El problema es que durante muchos años se ha hecho un uso excesivo de estos fármacos, empleándolos incluso para el tratamiento de gripes y otras enfermedades causadas por virus a los que, lógicamente, el antibiótico no les hace nada.
A ellos no les afecta, pero a las pocas bacterias que pudiesen estar en el organismo sin causar enfermedades sí, por lo que los genes de resistencia se irían convirtiendo en predominantes.
Desde que comenzó este problema se han ido buscando sustancias antimicrobianas que puedan sustituir a los antibióticos.
Incluso se está empezando a emplear inteligencia artificial para buscar ese poder bactericida en fármacos con otras aplicaciones.
Pero, de momento, no se ha encontrado esa panacea que tanto necesitamos. Por eso, las vacunas contra bacterias resistentes a antibióticos pueden ser la clave.
El papel de las vacunas, sean del tipo que sean, es estimular nuestro sistema inmunitario de tal manera que, en caso de que se produzca una infección, esté bien dotado para combatirla.
Las primeras vacunas de la historia introducían virus vivos atenuados en el organismo.
Es decir, se utilizaba el propio patógeno, pero se debilitaba para que no produjese la enfermedad. De esta manera, el sistema inmunitario tenía una especie de primer ensayo sin riesgo de enfermar.
Con el tiempo se ha ido explorando la introducción de antígenos del patógeno en cuestión.
Es decir, alguna molécula perteneciente a su estructura que pueda ser reconocida por el sistema inmunitario como si se tratase de una infección. Generalmente se usan proteínas.
Incluso, con las vacunas de ARNm, se introducen las instrucciones para que sean nuestras células las que fabriquen esas proteínas.
En cambio, los autores de la investigación han probado con otro tipo de antígeno: los carbohidratos.
Los azúcares presentes en la pared celular de las bacterias suelen ser muy específicos de cada una de ellas.
De hecho, las pocas vacunas que emplean estos antígenos introducen varios en una sola dosis para que pueda hacer frente a distintas cepas.
Sin embargo, los científicos de la Universidad Estatal de Michigan han estado explorando distinta opciones de antígenos durante años y han dado finalmente con un carbohidrato muy prometedor.
Se llama poli-β-(1−6)-N-acetilglucosamina, o PNAG.
Su objetivo inicial es el desarrollo de una vacuna frente a bacterias como Staphylococcus aureus y su versión resistente más peligrosa, el S. aureus resistente a meticilina (SARM).
No obstante, este polisacárido se encuentra en esas bacterias, en otras especies e incluso en hongos. El abanico de microorganismos frente a los que protegería la vacuna es amplísimo.
Una vez detectado el polisacárido perfecto, estos científicos han analizado sus distintas conformaciones.
Ellos mismos definen la estructura de estos carbohidratos como un mosaico al que se le pueden ir moviendo las piezas que lo componen.
Concretamente, ellos han ido moviendo algunos átomos englobados en lo que se conoce como grupos funcionales.
Por ejemplo, las aminas, que contienen nitrógeno e hidrógeno, y los grupos acetil, con carbono, oxígeno e hidrógeno.
En la investigación que se acaba de publicar han explorado 32 conformaciones distintas del PNAG y se han quedado con 2, especialmente eficaces.
Una vez detectado, solo quedaba buscar la forma de entregar el antígeno a los animales modelo. Para ello, también han empleado un mecanismo de lo más interesante: los bacteriófagos.
Estos son virus que infectan a las bacterias, pero no a los seres humanos.
Modificaron uno de estos virus para que transportase las dos conformaciones elegidas de PNAG y vieron cómo era capaz de estimular la respuesta inmunitaria sin causar enfermedades.
Además, si bien se generaban anticuerpos frente a un gran número de bacterias, SARM incluido, no se vio afectada la microbiota intestinal.
Todo son ventajas, pero aún no podemos lanzar las campanas al vuelo.
Esta vacuna frente a las bacterias resistentes a antibióticos podría ser un arma esencial, pero aún queda mucha investigación por delante.
Fuente: Nature
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