En la década de 1950 y armados con un microscopio electrónico, los entomólogos descubrieron unas misteriosas partículas segregadas por los saltamontes y las chicharras: los ‘brocosomas’.
Eran muy pequeñas (600 nanómetros), tenían una forma que recordaba a los balones de fútbol y nadie tenía ni la más remota idea de para qué servían.
Para algo debían de servir, claro.
Los saltamontes secretaban esta sustancia por el ano y, acto seguido, se recubrían todo el cuerpo con ella.
De hecho, las hembras impregnaban los huevos con ella tras la puesta.
Sin embargo, durante más de medio siglo nadie ha sido capaz de encontrar una respuesta.
Hasta ahora que esa respuesta acaba de abrir una puerta a una nueva tecnología de invisibilidad.
¿Para qué sirve un brocosoma? Esa es la pregunta que se hicieron Tak-Sing Wong, profesor de ingeniería mecánica e ingeniería biomédica, y su equipo de la Penn State.
Y, para responderla, decidieron hacer ingeniería inversa.
Es decir, se pusieron manos a la obra para crear una versión básica y sintética de estas partículas.
La geometría de la partícula ha hecho que se haya tardado casi una década (y gracias a la impresión 3D) en conseguir unos brocosomas elementales, pero lo suficientemente buenos como para sacar conclusiones.
La primera sorpresa es que las partículas hechas en el laboratorio eran capaces de reducir el reflejo de la luz hasta en un 94%.
Y, como señalan los propios investigadores, es “un gran descubrimiento porque es la primera vez que hemos visto a la naturaleza hacer algo como esto”.
El diseño de estas partículas (que tienen una curiosa proporción:un diámetro de unos 600 nm y unos huecos/poros de unos 200) sirve, pues, “a un doble propósito“: absorbiendo la luz ultravioleta (lo que “reduce la visibilidad a los depredadores con visión UV, como aves y reptiles“) y dispersando la luz visible, “creando un escudo anti-reflexivo”.
Porque, según los investigadores, los brocosomas sintéticos podrían usarse para infinidad de funciones desde “sistemas de recolección de energía solar más eficientes, recubrimientos que protejan a los productos farmacéuticos de daños inducidos por la luz, protectores solares más avanzados o, incluso, dispositivos de ocultación“. Es decir, las capas de invisibilidad (al menos, térmica).
Por supuesto, hay mucha tela que cortar. No es fácil hacer este tipo de partículas a escala industrial y, pese al enorme potencial de esas nanoarquitecturas, aún está por ver cómo podemos aplicarlo en el día a día.
No obstante, hay algo para lo que sí nos vale desde ya todo esto: el desarrollo de toda una nueva generación de materiales ópticos bioinspirados.
Fuente: PNAS