Es el primer satélite mundial de telecomunicación cuántica con el que los científicos pretenden explorar un fenómeno más propio de las películas de ciencia ficción: la teleportación.
La investigación buscará cambiar la transmisión de datos actual mediante electrones para que pase a ser con fotones, haciendo imposible su rastreo.
El QUESS («Experimentos con Cuantos a Escala Espacial» por sus siglas en inglés) ha sido lanzado desde el centro de lanzamiento espacial de Jiuquan, en el desierto de Gobi.
El objetivo de este satélite es experimentar con la comunicación cuántica, basada en cambios de estado de partículas subatómicas como los fotones, que en la práctica podría tener dos grandes usos: un sistema de transmisión de datos más rápido que los actuales e imposible de interceptar, y la mencionada teleportación.
Esta última investigación se basa en el concepto de «cuantos entrelazados», según el cual, dos fotones ligados entre sí reproducen sus cambios cuánticos, por ejemplo, si uno es girado el otro también- aunque estén a larga distancia (teóricamente, incluso en dos extremos opuestos del universo).
El equipo científico chino que desarrolla estos experimentos, dirigido por el físico cuántico Pan Jianwei y el ingeniero espacial Wang Jianyu, ha conseguido comprobar esto en tierra, a distancias de 100 kilómetros, pero a través del QUESS intentará demostrar esta posibilidad a mayores distancias, superiores a los mil kilómetros.
«La teleportación parece magia, pero puede convertirse en algo tan simple y común como la televisión en el futuro», aseguró el ingeniero Wang en declaraciones que hoy cita el diario South China Morning Post.
Comprobar las posibilidades del teletransporte no será sencillo, y para ello el satélite y sus centros de control, en Pekín, Xinjiang (noroeste del país) y Tíbet (suroeste), deberán transmitir fotones con una precisión de relojero.
Los controladores del QUESS tendrán que mostrar su mejor puntería para enviar fotones desde el aparato, que orbita a 500 kilómetros de altura, a un telescopio en la Tierra con apenas un metro de área.
Igual dificultad tendrá el proceso inverso, en el que el satélite deberá interceptar fotones enviados desde la superficie terrestre mientras orbita a una velocidad de entre 7.000 y 8.000km/h.
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Siguiendo los mismos principios de la física cuántica, al transmitir un cambio de estado, cuanto, del fotón, es imposible desencriptarlo sin modificarlo, por lo que cualquier intento de interceptación antes de llegar al destinatario sería descubierto al instante.
Esta comunicación segura podría tener importantes usos militares, por lo que el Ejército chino intentó monopolizar el desarrollo de esta misión espacial, aunque Wang y Pan insistieron en darle un perfil más científico y civil al proyecto, según contaron en una reciente entrevista a la publicación científica «Nature».
También apuntaron que el nuevo satélite cuántico es la primera misión espacial en la que China no intenta imitar lo que otras naciones lograron años o décadas antes, sino que busca innovaciones propias.
«Es nuestro primer paso por delante del resto en el espacio», declaró Wang al South China Morning Post.
EE.UU. , Europa o Japón ya han experimentado con comunicación cuántica en superficie, pero China, que también ha comenzado a desarrollar una red de transmisión de este tipo entre Pekín y Shanghái, es el primero que lleva la investigación al espacio.
«El satélite buscará un universo diferente del de Einstein, […] en el que la información puede teleportarse de una galaxia a otra más rápido que la velocidad de la luz, donde internet no puede ser hackeado y donde una calculadora puede ser más rápida que el supercomputador más veloz del mundo», destacó hoy la prensa china.
Frente a la euforia, algunos expertos del país, como el matemático Dai Yuhong, compañero de los «padres» del proyecto en la estatal Academia China de Ciencias, han advertido sobre los peligros que los grandes avances cuánticos podrían esconder.
«La tecnología cuántica puede ser un monstruo si no sabemos como controlar su poder», señaló Dai a finales de 2015, cuando las investigaciones de Wang y Pan, iniciadas en 2008, comenzaban a recibir premios nacionales e internacionales.
Fuente: ABC