El pasado 28 de marzo, en una conferencia impartida en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, se ponía de manifiesto la inquietud causada por una investigación sobre el cerebro.
En concreto, sobre cómo reanimar el cerebro de un cerdo y mantenerlo vivo después de que el animal hubiera “muerto”.
Con esta investigación, los científicos buscan poder trabajar con un cerebro en las condiciones imposibles de conseguir sin pasar por “la muerte”. Pero revivir un tejido no es una tarea sencilla.
Las cuestiones técnicas son tan peliagudas como las éticas o morales.
¿Dónde comienza la muerte? Parece una pregunta muy sencilla: donde termina la vida.
Pero no es nada fácil contestar con precisión a esta cuestión. ¿Y si pudiéramos crear una suerte de monstruo de Frankenstein? ¿Estaría vivo? Las últimas investigaciones nos ponen un paso más cerca de este hito.
Pero la intención, por supuesto, no es reanimar a un muerto. Al menos no con extrañas intenciones.
Las últimas técnicas podrían brindarnos la oportunidad de trabajar con tejidos y patologías hasta ahora imposibles de abordar.
Las cuestiones éticas y morales que se levantan ante esta posibilidad son muchas.
El equipo de Nenad Sestan, un prestigioso experto en neurociencia de la Escuela de Medicina de Yale, ha cogido cientos de cerebros procedentes de cerdos decapitados en un matadero.
Tras esto, se extraían de la cabeza, se perfundían (es decir, se insuflaban con sangre artificial), se calentaban y se simulaban las condiciones corporales de los cerdos.
Aunque los detalles están pendientes de publicación, la tecnología, afirma el grupo de investigación, se parece mucho a la usada en la conservación de cualquier órgano pero más especializada.
El resultado, comentan, es impresionante: los cerebros volvían a “la vida”. Al menos en cuanto a sus tejidos se refiere.
O la gran mayoría de ellos, por lo menos.
Sestan, según indican las fuentes del MIT, no puede decir más sobre los resultados pues está pendiente de su publicación. Pero por lo que ha trascendido hasta la fecha, el tejido neuronal se mostraba increíblemente sano.
Los cerebros así tratados serían, literalmente, preservados como órganos vivos, de una forma muy parecida a como se hace con otros órganos para trasplantes.
Como cerebros en un tanque, con sus neuronas funcionando, alimentándose y con sus estructuras funcionales. ¿Y qué sienten estos cerebros?
A pesar de los daños cerebrales, como decíamos, el equipo de Sestan ha comprobado, según afirman, que los cerebros están increíblemente en buen estado tras preservarlos.
El cerebro es el centro de todo lo que somos. En cierto sentido podría decirse que somos cerebros con patas, manos y un surtido variopinto de órganos.
Por tanto, si revivimos un cerebro ¿reviviremos también al individuo que lo poseía?
La respuesta es: no.
Según los datos recogidos, siguiendo las afirmaciones del equipo, el reanimar un cerebro ex vivo no implica que se recupere la actividad cerebral asociada a un ser vivo de verdad.
Lo que se observa, más bien, es un estado comatoso, sin actividad. Lo que sí es cierto es que sí se pueden inducir señales y simular la actividad.
Pero, entonces, ¿no estaríamos generando estímulos en el cerebro? Esta cuestión está causando un gran revuelo en la comunidad científica.
¿Hasta qué punto un cerebro muerto y reanimado es capaz de sentir? Imaginemos que podemos restaurar todas las funciones sensoriales de un cerebro.
¿Y si conservara los recuerdos? ¿Y el pensamiento razonado? ¿Y si fuera consciente?
Sería terrible mantener a un ser encerrado y privado de toda sensación, como un dichoso cerebro en un tanque.
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Imaginemos que hacemos esto mismo con un ser humano.
¿Podríamos? Técnicamente hablando, seguramente sí que podríamos preservar un cerebro humano con esta misma técnica.
En ese caso, ¿qué consideraciones legales tendría dicho cerebro?
Porque está claro que ha de respetarse cierto criterio ético.
¿Estamos ante un ser humano, privado de su cuerpo? Esto implica algo mucho más profundo.
Las personas en estado comatoso, a pesar de mostrar una actividad cerebral casi nula, se encuentran amparadas por los mismos derechos que cualquier otro ser humano, solo que sus decisiones estarán supeditadas a otro responsable si no hay manera de dirimir la situación.
¿Ocurriría lo mismo con un cerebro humano sacado de la muerte”? Y si tuviéramos la certeza de que podemos recuperar su actividad, ¿también lo haría su estatus de vivo?
Esto preocupa a los especialistas en bioética.
Pero también a muchos científicos que ven en este hecho la posibilidad de que la gente confunda la preservación cerebral con una manera de “trasplantar el cerebro”.
“Encuéntreme un cuerpo nuevo, doctor”, seguido de un beep.
Pero, nos guste o no, todavía estamos muy lejos de poder trasplantar una cabeza o un cerebro.
No tenemos la capacidad tecnológica, por no hablar de la experiencia moral para hacerlo.
Si esto fuese así, se abriría un mundo nuevo de posibilidades, pero todavía queda un buen trecho para llegar a ese punto.
¿Para qué revivimos un cerebro, entonces?
Si por el momento no podemos transplantarlo o tan siquiera recuperar su actividad, ¿para qué querríamos recuperar un cerebro?
Preservar este órgano podría ser mucho más útil de lo que pensamos. La razón se encuentra en las enfermedades que no podemos estudiar sin pasar por la “muerte”.
Muchos experimentos cerebrales no requieren de la consciencia para poder funcionar.
Por ejemplo, un cerebro preservado sería de una utilidad extrema para poder realizar una cartografía del órgano más íntimo que existe.
También serviría para estudiar enfermedades neurológicas hasta la fecha imposibles de abordar sin diseccionar un cerebro.
Pero esto, como decíamos, tiene una serie de importantes implicaciones éticas.
¿Es correcto preservar el cerebro de una persona recientemente fallecida para hacerle todo tipo de experimentos?
¿Aunque permanezca en un estado comatoso? Sestan y varios colegas publicaban no hace mucho algunas consideraciones al respecto.
En un artículo de Nature, estos investigadores identificaban hasta tres estados de inactividad cerebral.
También mencionaban varias estructuras nerviosas procedentes de estos tejidos.
Sus conclusiones apuntan a la necesidad de establecer una legislación especial para este órgano.
A su equipo le interesa muchísimo este tema, pues están pisando terreno pantanoso.
Fuente: Xataca