Eso no significa que sea una enfermedad contagiosa.
En septiembre de 2015 la revista The Lancet revelaba que había sido contactada por el Gobierno británico ante un previsible escándalo: unos científicos habían encontrado indicios de la posible transmisión del mal de Alzheimer y se mostraban “ansiosos” ante la previsible alarma social.
Pero por fortuna, esta transmisión es en realidad virtualmente imposible.
Un equipo de investigadores ha detectado los que podrían ser los primeros cinco casos de transmisión de la enfermedad de Alzheimer.
Los casos están vinculados con la extraña serie de circunstancias que dio lugar a los contagios.
La historia en cuestión comienza hace más de seis décadas, con un tratamiento médico basado en introducir hormonas del crecimiento extraídas de las glándulas pituitarias de cadáveres para estimular el crecimiento en personas con estatura reducida.
En 1985 se puso fin a este tratamiento tras detectarse a través de él la transmisión de la Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ), o encefalopatía espongiforme subaguda, una enfermedad priónica (causada por proteínas mal plegadas) vinculada a la conocida “enfermedad de las vacas locas”.
En 2015 un equipo británico de investigadores alertó de que había hallado pruebas de la transmisión de beta amiloides en los tratamientos de antes mencionados.
Los beta amiloides son moléculas (peptidos, más concretamente) cuya presencia ha sido vinculada con la aparición del Alzheimer.
En 2018, el equipo halló muestras que habían sido conservadas décadas atrás de los lotes de la hormona transplantada, donde encontraron restos de estas moléculas.
Ahora, el equipo británico ha dado a conocer cinco casos de demencia de aparición temprana en personas que habían sido tratadas con las hormonas de crecimiento extraídas de las glándulas pituitarias de donantes fallecidos.
En vista a los resultados de este estudio, la posibilidad de una transmisión existe.
Sin embargo los autores advierten que las circunstancias para que ésta se dé no pueden darse en el día a día, sino que quedan limitadas a procedimientos como los realizados en 1985.
En su artículo, el equipo de investigadores llama, eso sí, a la necesidad de vigilar otros posibles procedimientos médicos que por su naturaleza pudieran derivar en una situación semejante con el consiguiente riesgo de transmisiones accidentales.
Los recientes casos no han sido acogidos con aceptación unánime por parte de la comunidad científica.
Tara Spires-Jones, presidenta de la Sociedad Británica de Neurociencia, señalaba alguno de los matices a tener en cuenta al interpretar este estudio.
Esta experta en demencia recuerda que las pruebas de la transmisión de la enfermedad proceden en exclusiva de un procedimiento médico ya en desuso y que no existen indicios que nos lleven a sospechar de la existencia de casos similares en procedimientos vigentes hoy en día.
También reseña que el estudio cuenta con una pequeña muestra de ocho participantes y que podrían existir cierto sesgo asociado la coexistencia de factores de riesgo.
Es decir, estas personas podrían ser más propensas a padecer Alzheimer por motivos relacionados con el tratamiento pero no a causa de él.
El neurólogo Pascual Sánchez Juan compartió la idea de que el Alzheimer, en condiciones normales, no se contagia.
“El alzhéimer no es contagioso.
Tratar con pacientes en sus casas o en las residencias no implica ningún riesgo.
Si somos capaces de conocer la cepa específica, podremos dirigir mejor el tratamiento de cada paciente, pero todavía no hemos podido correlacionar esa diversidad de las placas de beta amiloide con los distintos subtipos clínicos de la enfermedad de Alzheimer“, comentó.
Fuente: Nature