Un estudio revela que los animales tienen unas «células del tiempo» en su cerebro que ponen en marcha su reloj interno.
Estás en su escritorio, concentrado con unos documentos del trabajo, mirando fíjamente la pantalla del computador.
Lleva tanto tiempo que no se ha dado cuenta ni de alimentar a su perro, aunque su mascota se lo recuerda moviendo enérgicamente el rabo, describiendo círculos nerviosos cerca de su silla, ladrando.
Solo se ha retrasado treinta minutos respecto a otros días.
¿Acaso es capaz su mascota de saber qué hora es?
Según un último estudio publicado en «Nature Neuroscience», sí.
Y sabe cuánto tiempo de retraso lleva sin llenarle su cuenco de comida.
Científicos de la Universidad Northwestern (EE.UU.) han encontrado las últimas evidencias de que los animales poseen un reloj interno que les permite saber si es la hora de la comida, de la cena o de un paseo gracias a unas «células del tiempo» hasta ahora desconocidas que se activan cuando el perro espera que se produzcan acciones que sabe que se repiten cada cierto tiempo.
«¿Sabe su perro que hoy le ha costado el doble de tiempo darle de comer que ayer?
Hasta ahora no había una buena respuesta para eso.
Se trata de uno de los experimentos más convincentes para demostrar que los animales realmente tienen una representación explícita del tiempo en sus cerebros y que pueden medir intervalos de tiempo», afirma el director del estudio, Daniel Dombeck, profesor asociado de neurobiología en la Facultad de Artes y Ciencias Weinberg de Northwestern.
Para llegar a esta conclusión, el equipo se centró en la actividad de la corteza entorrinal, un área ubicada en el lóbulo temporal del cerebro de los animales y que se asocia con tiempo y el espacio.
Se utilizaron ratones a los que se sometió a la siguiente prueba: se les entrenó en un entorno virtual en el que corrían por una cinta hacia una puerta, que se abría después de que el animal estuviera sobre ella durante seis segundos.
Después, el ratón conseguía una recompensa.
Una vez que los especímenes de estudio habían aprendido esta rutina, los investigadores eliminaron la puerta en la imagen generada por la realidad virtual.
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El ratón seguía corriendo durante seis segundos con el fin de abrirla y recibir su premio, a pesar de que ya no existía.
Incluso se colocaba en el lugar que antes había estado, confirmando así que no solo recordaba el tiempo que tenía que permanecer sobre la cinta, sino el sitio al que se tenía que dirigir para conseguir la recompensa.
«Lo importante es que el ratón no sabía si la puerta estaba abierta o cerrada, porque es invisible.
La única manera en la que podía llevar a cabo esta tarea de forma eficiente era usando el sentido interno del tiempo de su cerebro», concluye James Heys, becario postdoctoral en el laboratorio de Dombeck y también autor del estudio.
De forma interna en el cerebro del ratón, el equipo comprobó que durante su carrera en la cinta se activaban células que controlaban la codificación espacial.
Pero la sorpresa vino después: en el momento en que el ratón se paraba delante de la puerta, estas neuronas se «desactivaron», siendo relevadas por un nuevo conjunto de células hasta ahora desconocidas.
Unas «células del tiempo» que se activan cuando el animal está en reposo, esperando la recompensa, y que «cuentan» cuánto lleva aguardando.
El estudio no se limita solo a los ratones, ni siquiera a los perros.
El hallazgo de estas células abren todo un campo de investigación en torno a cómo pueden influir en las enfermedades neurodegenerativas que afectan a los humanos, como el Alzheimer.
«Los pacientes con esta enfermedad se olvidan notablemente cuando las cosas ocurrieron a tiempo.
Quizás la razón se deba a que están perdiendo algunas de las funciones básicas de la corteza entorrinal, que es una de las primeras regiones del cerebro afectadas por la enfermedad», afirma Hays.
«Esto podría suponer nuevas pruebas de detección temprana para el Alzheimer.
Podríamos comenzar a pedir a las personas que juzguen cuánto tiempo ha transcurrido a través de experiencias con realidad virtual, como la de los ratones», señala Dombeck.
Fuente: ABC