Durante semanas, un rumor ha recorrido universidades, observatorios y redes sociales. Acababa de encontrarse algo grande, algo nuevo, que confirmaba que habíamos entrado de lleno en la época de la astronomía gravitacional.
Y se ha confirmado. Pero no era exactamente lo que esperábamos.
Mientras todos hablábamos de la primera onda gravitacional producida por dos estrellas de neutrones, los científicos estaban sentando las bases para crear “el primer mapa 3D del choque de dos agujeros negros”. Unas bases muy iniciales, eso sí.
A lo que estamos asistiendo es a ver cómo nuestra forma de entender el universo va haciéndose cada vez más compleja, sólida e interesante.
Esta señal, como las anteriores, procede de la colisión de dos agujeros negros.
Y, como se venía rumoreando, se produjo el pasado 14 de agosto cuando Virgo (en Italia) y Ligo (en EEUU) escucharon la onda gravitacional.
Cuando LISA esté plenamente operativo, podremos ver cosas que antes eran sencillamente ciencia ficción.
Esta onda se originó con la colisión de dos agujeros negros hace 1.800 millones de años.
Aproximadamente, los agujeros tenían unas masas de 31 y 25 veces la masa del Sol. Y el monstruo resultante, tenía 53 masas solares.
Eso son tres masas solares convertidas en energía en el proceso.
Por analogía, quizá la mejor forma de entenderlas es pensar que una onda gravitacional no deja de ser el “equivalente cósmico” a las ondas que produce una piedra en una charca.
Solo que a una escala física tan descomunal (y, a la vez, tan sutil) que solo imaginarlo es un desafío muy complejo.
Una de las cosas que nos ha enseñado la física moderna (y en especial las ideas de Einstein) es que todo lo que existe forma parte de un amasijo físico que denominamos espacio-tiempo.
Einstein nos explicó que la ley de la gravedad que todos experimentamos (y que todos asociamos a un jovencísimo Newton sentado bajo un manzano) no tiene nada que ver con la atracción entre los cuerpos, sino con la estructura (y las deformaciones) de ese espacio-tiempo.
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Está concepción del universo tenía una consecuencia casi imprevista: los eventos realmente masivos (y estamos hablando de cosas como la colisión de dos agujeros negros) provocarían que esa estructura vibrara.
O, dicho de una forma más visual, provocaría que se ondulara como las ondas de la charca de las que hablaba antes.
Durante más de cien años, las ondas gravitacionales fueron eso, una deducción lógica del modelo einsteiniano.
Durante más de cien años fueron la ‘próxima frontera científica’, el “gran continente que quedaba por explorar”.
Y las encontramos. Primero una, luego otra y, por último, una tercera.
No exagero si digo que con mucha seguridad se trató del descubrimiento astronómico de la década.
Sin embargo, todas eran ondas escuchadas por el mismo detector. ¿Y si estábamos haciendo castillos en el aire?
No me entiendan mal: es una pregunta retórica. Estaba claro que las habíamos encontrado, pero era el equivalente a escuchar una conversación a través de una pared: hay muchas cosas de las que nos podemos enterar, pero siempre necesitamos más información.
Es una noticia sensacional.
Hoy cambia el asunto: hemos escuchado la onda gravitacional desde lugares diversos y con detectores distintos.
Es la cuarta vez que se capta una señal de este tipo (denominada técnicamente GW170814), después del hallazgo de una primera onda en febrero de 2016, una segunda en junio del año pasado y una tercera antes del verano de 2017, que arrojó luz sobre el ‘lado oscuro’ del universo.
Y aunque parezca poco (un detalle menor en la evolución de la ciencia): es la prueba más clara de que eso que ha detectado el ingenio humano no era una casualidad, eran los monstruos más poderosos del universo demostrando toda su furia en la oscuridad de espacio profundo.
Fuentes: Xataca, Hipertextual
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