En realidad lo que han usado para alimentar el microprocesador han sido cianobacterias, más conocidas como algas verde azuladas.
Durante mucho tiempo los científicos han intentado dar con métodos alternativos, limpios y baratos, para suministrar electricidad.
La energía solar es una de las más útiles, especialmente en lugares con una gran cantidad de horas de Sol.
No obstante, durante las noches y las épocas nubladas es necesario recurrir a baterías.
Ahora bien, ¿y si hubiese un método que usase la energía solar pero a la vez sirviese como batería? ¡Un dos en uno!
Pues eso básicamente es lo que ha hecho recientemente un equipo de científicos de la Universidad de Cambridge.
Han logrado mantener un pequeño computador en marcha durante seis meses simplemente con ayuda de algas.
Antiguamente, y en algunos casos aún en la actualidad, eran conocidas como algas verde azuladas, por su capacidad para llevar a cabo la fotosíntesis.
No obstante, con el tiempo se comprobó que en realidad son organismos procariotas, como las bacterias.
Por eso, no se corresponden con la clasificación del resto de algas.
De todos modos, lo que importa aquí es precisamente la fotosíntesis, ya que estos científicos han logrado aprovechar este mecanismo natural de las plantas, las algas y las cianobacterias para obtener electricidad.
En realidad tiene sentido, pues la electricidad no deja de ser el resultado de una corriente formada por electrones.
Durante la fotosíntesis, la luz solar activa una cadena de transporte de electrones que los organismos fotosintéticos emplean para obtener energía.
¿Pero qué pasaría si nos aprovechásemos nosotros también de esa energía?
El objetivo de estos científicos era obtener nuevas formas de energía para de paso alimentar lo que se conoce como el internet de las cosas.
Este no es el que usamos en el móvil para mirar Twitter, mandar un mensaje de Whatsapp o leer un artículo como este.
Se trata del internet que mantiene conectados objetos como electrodomésticos, vehículos o sensores ambientales.
Estos pueden encontrarse en lugares remotos en los que el suministro eléctrico brilla por su ausencia.
Por eso, estos científicos pensaron que podrían obtener la electricidad con ayuda de células fotovoltaicas, en las que se aprovecha la energía solar.
El problema era la necesidad de baterías, que suponen un aumento de masa y, además, pueden conllevar el uso de sustancias tóxicas.
Decidieron entonces buscar métodos basados en la naturaleza en los que también se emplee la energía solar, pero sin necesidad de baterías convencionales.
Esto lleva inevitablemente a pensar en la fotosíntesis.
No deja de ser un mecanismo natural que aprovecha la luz solar para obtener energía.
Emplear un geranio sería poco eficiente. Necesitaban algo más pequeño y fácil de cultivar, por lo que pensaron en las algas verde azuladas o, más correcto, las cianobacterias.
Concretamente, se centraron en el género Synechocystis, unas algas verde azuladas de agua dulce que presentan una gran ubicuidad.
Es decir, están muy extendidas por todo el planeta.
Durante la fotosíntesis, los fotones provenientes de la luz del Sol excitan un pigmento presente en unos compartimentos celulares llamados cloroplastos, provocándole una pérdida de electrones.
Estos viajarán por una cadena de transporte formada por diversas moléculas capaces de captar y perder electrones, favoreciendo que se forme una corriente.
Al final ocurre algo similar a lo que pasa en una pila, en la que un material, llamado ánodo, se oxida y pierde electrones, que viajan hacia otro, conocido como cátodo.
En este caso se mezclaron ambos mecanismos, pues su invento contenía un ánodo, compuesto por hebras de aluminio, más fáciles de reciclar que otros materiales empleados en la fabricación de baterías.
El resultado fue una celda fotovoltaica biológica, capaz de producir cuatro microvatios por centímetro cuadrado.
Pero lo mejor es que incluso cuando se dejaron en oscuridad las algas siguieron aprovechando sus reservas de nutrientes y produciendo electricidad.
Es cierto que la corriente era más débil, pero suficiente para seguir alimentando un microprocesador.
Usando solo la luz ambiental del laboratorio, consiguieron que este funcionara durante seis meses.
Es cierto que estos no son los primeros científicos que estudian el poder de las algas para obtener electricidad.
No obstante, es la primera vez que se consigue alimentar un procesador, sobre todo durante tanto tiempo.
Desde luego, aunque se trata de una fase de investigación muy preliminar, estos resultados arrojan suficiente optimismo para seguir estudiando en ese camino.
Fuente: University of Cambridge