La discriminación por edad en el ámbito laboral puede tener consecuencias negativas tanto para las empresas como para la sociedad.
La ciencia ha demostrado que las empresas que pasan por alto a las personas mayores pueden perder diversas ventajas.
Se mueven muy despacio, olvidan las cosas y son inflexibles; no saben trabajar en grupo y no se adaptan a las nuevas tecnologías.
Este es el adagio con el que mucha gente describe a las personas mayores trabajadoras, y es esta la excusa que esgrimen los departamentos de recursos humanos para contratar solo personas jóvenes.
¿Pero es cierto? ¿Las personas mayores trabajan peor? Y si lo hacen, ¿es en todo o solo en algunas tareas?
Los neurocientíficos y psicólogos que trabajan en el campo de la gerontología cognitiva han dedicado parte de su tiempo a investigar este tipo de cuestiones, y lo que han descubierto no deja de ser sorprendente:
Aunque las personas mayores pueden realizar con mayor lentitud ciertas tareas, en realidad son más rápidos en otras.
Y no solo eso, sino que en la mayoría de los casos cometen muchos menos errores.
La neurociencia ha revelado que la edad solo afecta a ciertas funciones cerebrales, pero no es algo que no tenga solución, pues se puede compensar con simples cambios en el lugar de trabajo.
El mundo profesional actual enfatiza que lo importante es la rapidez y la flexibilidad.
Saberse mover en un ambiente cambiante requiere de algo que los psicólogos Michael Falkenstein y Sascha Sommer, del Instituto de Fisiología Ocupacional de Dortmund (Alemania), definen como “inteligencia fluida”:
La habilidad para cambiar rápidamente entre diferentes tareas, redirigir la atención y bloquear la información irrelevante o que distraiga.
La psicóloga alemana Jutta Kray ha mostrado que los mayores tienden a encontrar difícil coordinar tareas que compiten entre sí por tu tiempo.
Para ello hizo el siguiente experimento: a sujetos de diferentes edades enseñó distintas imágenes en una pantalla mientras les hacía preguntas que forzaban a los sujetos a cambiar rápidamente entre identificar unas formas o colores particulares.
Los participantes mayores de 50 años, en promedio, no lo hicieron muy bien.
Para ellos, el esfuerzo mental requerido para “cambiar el chip” era muy grande.
Ahora bien, cuando se les daba instrucciones y se les entrenaba para mejorar su respuesta, acababan haciéndolo considerablemente mejor, lo que demuestra que esos supuestos déficits de rendimiento asociados a la edad se pueden superar si se diseña el entorno de trabajo de forma apropiada.
O dicho de otro modo, que no estamos ante una barrera insalvable.
Lo más curioso es que cuantas más investigaciones se hacen en este tema, esos supuestos déficits van desapareciendo.
En este sentido tenemos el trabajo de Juliana Yordanova y Vasil Kolec de la Academia de Ciencias de Bulgaria.
Hicieron una prueba en la que había sujetos de todas las edades consistente en presentarles cuatro letras: A, E, I, O.
Estas letras, que se presentaban de forma aleatoria, o aparecían en una pantalla o las escuchaban en unos auriculares.
Los investigadores pidieron a los sujetos que respondieran a cada letra tan rápido como pudieran presionando un botón, pero que tenían que utilizar un dedo diferente para cada letra.
De este modo se les obligaba a decidir una vez tras otra cómo reaccionar.
Por otro lado, otros sujetos, que actuaban como grupo de control, debían reaccionar pulsando el botón siempre con el mismo dedo.
Al mismo tiempo, monitorizaron sus cerebros usando electroencefalogramas para medir las ondas que aparecen durante el proceso de percepción y el de procesamiento cognitivo.
Esto es así porque examinando cada uno de los componentes de estas ondas cerebrales se pueden seguir los procesos neuronales individuales.
En este caso, la primera parte de la señal representaba el procesamiento visual o auditivo del estímulo, la segunda se correspondía al proceso de toma de decisión y la tercera parte, a la señal que envía el cerebro al dedo para que se prepare para moverse.
Como era de esperar, los sujetos más viejos necesitaron más tiempo pero, por el contrario, cometían menos errores.
Un análisis detallado del electroencefalograma reveló la clave de este comportamiento.
El proceso sensorial, tanto auditivo como visual, era igual de rápido en jóvenes y mayores, lo mismo que el momento de la toma de decisión.
El retraso se producía en la tercera fase, a la hora de enviar las señales del cerebro al dedo: aparecía una ralentización en lo que es la respuesta motora.
Los investigadores concluyeron que esto era así porque, al parecer, los cerebros de los mayores responden a la siguiente regla:
“Mejor ser lento pero correcto”. Un resultado que ha sido confirmado por otros experimentos.
Estos descubrimientos nos hacen replantearnos ciertas situaciones en el lugar de trabajo.
Ciertos empleos requieren que se hagan elecciones frecuentes y categorizaciones; por ejemplo, el control de calidad de cualquier compañía manufacturera.
Como estos estudios demuestran que el rendimiento en este tipo de trabajo no se ven afectado por la edad del individuo, no hay razón alguna para negárselo a una persona mayor.
Es más, es el empleado perfecto porque, si bien su respuesta motora puede ser más lenta, en un departamento de calidad lo que prima es que se comentan pocos errores.
Otros experimento realizado por Michael Falkenstein y Sascha Sommer han demostrado el valor que tiene responder con lentitud.
En su experimento, hacían aparecen luces en una pantalla con el objetivo de introducir una distracción.
Pues bien, los jóvenes inician la acción (errónea) de pulsar el botón antes de darse cuenta de que lo estaban haciendo mal.
Mientras, los más mayores, el hecho de comenzar ese movimiento más tarde les impedía cometer errores.
O dicho de otro modo, ser un poco más lento es una ventaja en los trabajos donde la tolerancia al error es baja.
Así, este y otros estudios niegan la mayor: que los jóvenes trabajan más y mejor que los mayores.
Aún más, los estudios del profesor de neurociencia cognitiva de la Universidad de Duke (EEUU) Roberto Cabeza ha encontrado que cuando un empleado mayor demuestra que es lento al realizar determinada función mental, sus redes neurales pueden llegar a reestructurarse con el tiempo.
Así, en un test de memoria vio que en los mayores que cometían muchos errores, se activaban las mismas zonas del cerebro que en los jóvenes; no obstante, en aquellos mayores que lo hacían bien se encontró con que su cerebro funcionaba con un patrón de activación neuronal diferente:
Se había producido una reestructuración neuronal que ayudaba a compensar ciertos déficits (aunque, obviamente, no todos los cerebros de las personas mayores son capaz de hacerlo).
Además, los psicólogos apuntan a que el éxito en el trabajo no solo se puede medir por la rapidez y la exactitud; también depende de la experiencia que posee el trabajador que se posea (algo de lo que, por edad, un joven carece) y de las competencias sociales, donde los mayores suelen ser mejores (una prueba de ello es que en España cada vez son más los negocios de hostelería que contratan a camareros por encima de los 45 años).
Sería un error que no se reestructuraran algunos lugares del trabajo para dar cabida a trabajadores entrados en años, sobre todo teniendo en cuenta lo que se nos viene encima: edades de jubilación más altas, menos trabajadores jóvenes por el bajo índice de nacimientos…
Quizá por eso, los departamentos de personal que siguen el principio de “más de 45 es demasiado viejo” están desestimando sin ninguna razón una de las fuentes más importantes de posibles trabajadores.
Fuente: NIH