Desde 1975, la obesidad infantil se ha multiplicado por diez. Por diez. De hecho, esperamos que en 2022 haya ya más niños con obesidad que con bajo peso en todo el mundo.
Y eso es solo la punta del iceberg: en el año 2016, el último del que tenemos datos completos, más de 650 millones de personas sufrían obesidad y, como resultado, a día de hoy, mueren más personas por obesidad que por accidentes de tráfico.
Es una pandemia; silenciosa, pero pandemia al fin y al cabo.
Y lo peor de todo es que nuestras herramientas para combatirla son realmente torpes.
Ahora un nuevo fármaco puede cambiar el terreno de juego.
Una pandemia que no sabemos controlar.
Si miramos la foto completa, podemos comprobar que nuestra incapacidad para abordar estos problemas desde un punto de vista médico no es algo característico de la obesidad.
En general, las enfermedades no transmisibles (debidas principalmente a nuestros hábitos de vida) son la principal causa de muerte en todo el mundo.
Sin embargo, sí tenemos medicamentos efectivos para tratar algunas de ellas: un ejemplo obvio son las estatinas y su papel clave para controlar las enfermedades cardiovasculares.
En el caso del control del sobrepeso, hasta hace poco, los abordajes se centraba en tratamientos farmacológicos basados en los llamados “anorexígenos“: medicamentos que por su carácter antidepresivo reducían el apetito, pero tienen efectos secundarios bastante importantes.
Pero en los últimos años, una nueva generación de medicamentos contra la diabetes ha demostrado una eficacia sorprendente para el control de la obesidad.
En 2021, la FDA aprobó la semaglutida que era capaz de producir pérdidas de peso de en torno al 15%.
Ese 15% no era mucho, pero los retornos en el ámbito de la salud (si no había complicaciones extra) eran enormes.
Desde entonces, los resultados no han hecho más que mejorar.
El último en sumarse al arsenal farmacológico (de Estados Unidos) es la tirzepatida.
El New England Journal of Medicine acaba de publicar un estudio que muestra pérdidas de peso de 21% con una inyección semanal de 15 miligramos de este medicamento.
En términos de peso real: equivale a bajar el peso medio de los participantes de 104 a 82 kilos.
Todo eso con efectos secundarios leves y transitorios.
En general, los nuevos antidiabéticos son fármacos que actúan sobre los mecanismos hormonales que regulan el control del azúcar en sangre.
Si nos centramos en la tirzepatida, se trata del primer fármaco capaz de activar una parte muy concreta de esos mecanismos: los receptores GLP-1 y GIP.
Estos dos elementos forman parte de las ‘incretinas’: una serie de hormonas que se producen en el intestino y regulan la respuesta del cuerpo al consumo de alimentos (aumentando la secreción de insulina y bajando la glucosa en sangre).
La tirzepatida imita este proceso natural del ciclo del azúcar e, interviniendo a este nivel tan básico, permite un control mucho más fino que con anteriores fármacos.
Sin entrar en aspectos relacionados con el estilo de vida (donde hay mucha tela que cortar), lo cierto es que esta carrera por encontrar medicamentos capaces de controlar la obesidad es una muy buena noticia.
Como decíamos antes, tenemos un problema muy serio y toda ayuda es poca. Por suerte, los resultados están siendo sorprendentes.
Fuente: NEJM