A medida que la inteligencia artificial gana alcance y capacidades lo hacen también los casos en los que un algoritmo irrumpe en el debate sobre la autoría de obras polémicas, en ocasiones con juicios que chocan con los de eruditos.
A veces su visión sirve para ampliar el catálogo. Otras sencillamente para recortarlo.
El último ejemplo llega de la mano del mismísimo Rafael.
Desde mediados de los 90 los apasionados del arte renacentista miran un viejo panel de madera pintada con esa pregunta en mente: “¿Quién es su autor?”
Para sus dueños su origen está tan claro como el contenido de la obra, que muestra a la Virgen María con el niño Jesús en el regazo, ambos acompañados por Isabel y su hijo, Juan Bautista:
La pieza, sostienen, es de Rafael Sanzio, uno de los grandes pintores del Alto Renacimiento.
El problema es que no todos comparten su opinión.
Tras examinarla, David Pollack, especialista de la prestigiosa Sotheby´s, concluyó que la obra pertenece en realidad a Antonio del Ceraiolo, un contemporáneo de Rafael menos apreciado que usó un estilo similar al del maestro de Urbino.
Otro experto en arte renacentista que ha tenido la oportunidad de examinar la pieza de cerca es Larry Silver, de la Universidad de Pensilvania, quien ha llegado a la conclusión de que, como mínimo, la pintó en Florencia alguien del círculo cercano de Rafael.
Una de las últimas voces que ha sonado en ese largo y acalorado debate es la de la IA, más concretamente la de Art Recognition, empresa suiza que echa mano del machine learning para analizar obras.
Y su sentencia es rotunda.
Ha concluido que hay un 97% de probabilidades de que los dos rostros principales de la composición, los de Jesús y María, los haya pintado el mismísimo Rafael.
El resto podría haberlo completado uno de sus asistentes, una práctica relativamente frecuente en la época.
El algoritmo se entrenó con ejemplos de obras digitalizadas de Rafael y falsificaciones para que fuera capaz de reconocer con precisión la “huella” del artista.
Para tener una idea de la rotundidad del resultado de Art Recognition viene bien manejar dos porcentajes: menos del 10% de las obras de clientes que se han sometido a su escrutinio han arrojado una identificación positiva con un nivel de probabilidad que supere el 95%.
El supuesto Rafael alcanzó un 97%.
Rafael es uno de los grandes maestros del Renacimiento italiano, pero no fue especialmente prolífico.
El creador de ‘La escuela de Atenas’ dejó menos de 200 obras, lo que explica que la última en subastarse, ‘Cabeza de musa’, alcanzase la friolera de 48 millones de dólares en Christie´s.
Sus dueños y el grupo de inversores que respaldan la teoría de la autoría están tan convencidos de la relevancia de la pieza que han invertido en ella cientos de miles de dólares.
El primero en apostar por el origen rafaeliano del panel fue Anthony Ayers, ebanista y artista aficionado, ahora ya fallecido, que la compró en 1995 en una tienda de antigüedades de la campiña británica.
Tan seguro estaba de su origen que convenció a un grupo de amigos para reunir los 30.000 dólares que costaba.
Con el tiempo aquella corazonada suya movilizó a un grupo de 40 inversores que han reunido más de 500.000 dólares para costear los estudios de identificación.
La IA ya ha contribuido en otras ocasiones a calentar el debate que gira en torno a la autoría de ciertas obras, piezas cuya atribución resulta particularmente compleja y llevan varias décadas en medio de una aún más complicada disputa académica.
Entre los casos más recientes hay otra tabla atribuida a Rafael: el conocido como de Brécy Tondo, una obra circular, de 95 cm de diámetro, en los que aparecen la Virgen María y el niño Jesús.
En 1981 George L. Winward se dio cuenta de su asombroso parecido con la ‘Madonna Sixtina’ pintada, en este caso sin género de dudas, por el de Urbino y decidió comprar la pieza.
Su caso es muy parecido al del panel de Ayers.
Su dueño estaba seguro de su origen. Los eruditos, no tanto.
Para salir de dudas expertos de las universidades de Bradford y Nottingham echaron mano de una herramienta de reconocimiento facial que concluyó que tanto María como Jesús se asemejaban en más de un 85% a las figuras de ‘Madonna Sixtina’, una similitud casi idéntica.
No son los únicos casos. Ni todos giran en torno a Rafael.
Otro ejemplo reciente en el que una IA nos ayudó a ampliar el catálogo de un maestro tiene como protagonistas a Art Recognition y Renoir.
Ante las dudas sobre si el lienzo ‘Gabrielle’ era o no obra del maestro impresionista francés, el año pasado se recurrió a la empresa suiza, que lo sometió a un proceso similar al que ha usado ahora con el supuesto panel de Rafael.
Su conclusión es que hay un 80,58% de posibilidades de que el retrato haya salido de la paleta de Renoir.
En ocasiones su juicio ha ayudado a recortar los catálogos de grandes maestros.
Ocurrió hace unos meses con el cuadro ‘Paisaje al atardecer con pareja’, atribuido a Tiziano y que se conserva en el Kunsthaus Zürich.
Al someterlo al examen de su algoritmo, Art Recognition concluyó que hay un 80% de posibilidades de que la pieza se haya asignado erróneamente.
La misma IA ha asegurado que otro trabajo custodiado en la National Gallery como una posible pintura de Peter Paul Rubens, ‘Sansón y Dalila’, probablemente no sea obra del artista barroco.
Su conclusión es desde luego aplastante: su algoritmo ve una probabilidad del 91% de que la obra no sea auténtica.
¿Qué credibilidad debe darse a la IA? ¿Es una herramienta más o debemos fiarnos más de su criterio que el de los eruditos?
“Me preocupa que la gente vea los computadores como impecables, pero es solo otra herramienta, no una prueba irrefutable“, señala Karen Thomas, conservadora de pinturas.
Los algoritmos pueden aprender con cientos, miles de ejemplos, y hallar similitudes; pero la experta se pregunta si pueden valorar los diferentes matices relacionados con una obra que tienen en cuenta los académicos.
Algo está claro: campo hay para el estudio.
Solo David Pollack, de Sotheby´s, responde cada año a más de un millar de solicitudes de coleccionistas que quieren identificar obras anónimas… y, con suerte, descubrir que se trata de un Rafael.
Fuente: The Wall Street Journal